Pues si, es cierto: ya tengo licencia de conducir B, para vehiculos de no más de 3.500 kg y 8 pasajeros y bla bla bla. Ayer mismo aprobé el práctico. Y a falta del otro gran hito, que es acabar la puñetera carrera (este junio tendrá que ser), el de ayer, como es normal, ha sido un gran día de lujuria y sexo desenfrenado de júbilo y alegría. Y por qué no, me apetece contarlo. Y es que lo he despachado en siete minutos. Aunque eso si, a la tercera ocasión. Let me tell ya.
Pero os pongo antes un poquito en antecedentes y en situación. El teórico lo aprobé en diciembre, a la segunda. A la primera, muy bravo yo, quise ir habiéndomelo estudiado por solo una semana. No empecé las prácticas hasta más de un mes después, y creo que he dado 26 clases, muy amenas, con Javi, que creo que es el mejor profesor que me podría haber tocado. Si me preguntáis porque no me lo he sacado antes, no hay respuesta fácil ni rápida, pero si puedo decir que a los 18 estuve apuntado a la autoescuela de mi pueblo -y no sabéis la de veces que he lamentado no haberlo sacado entonces-. Como ya he dicho, al práctico era ayer la tercera vez que me presentaba. Nos examinábamos cinco chavales de Tu Ele, mi autoescuela. Nunca he coincidido con ellos en clases, y todos ellos tienen 18 años. Yo hice una última práctica antes del examen, que era a las 9. Y por fin, aparece el examinador, el mismo que me tocó en mi segunda ocasión, que según mi profesor dice, es muy apañao. Y aprovechando que ya tenía reglado el asiento, soy el primero en examinarme.
Imaginad: estoy haciendo un examen que creo es que casi perfecto. Lo más grave, un semáforo en el que pisé algo la linea de STOP, y que como supe luego, el examinador ni me apuntó. Para quien sea de Málaga, diré que hemos salido desde Feria, pero inmediatamente el examinador me ha llevado al polígono de San Luis. Y allí lo que me encuentro son muchos cruces feos, y sobre todo, muchas furgonetas aparcadas en segunda fila, así que precaución máxima y teniendo casi más cuidado de no reventar retrovisores que peatones. Entonces llego a un STOP doble: dos señales en el suelo y nula visibilidad.
Me paro en el primer STOP, me paro en el segundo, me paro entonces una tercera vez buscando visibilidad (mi error), y viendo que no la tengo, me paro una cuarta vez. Todo eso, insisto, a los siete minutos de examen. Ha sido un STOP feísimo, y lo peor es que ni siquiera sé si lo he hecho bien. Y entonces el examinador me dice ‘vale, aparca a la derecha y cámbiate de asiento’. Imaginad la cara de piedra que se me pone. No sé muy bien que ha pasado, pero que el examinador te haga parar a los siete minutos pocas cosas puede significar. Por supuesto, me empiezo a hacer el cuerpo al suspenso, mi tercer suspenso, algo que a la suma no solo supondría otros 300€ entre practicas, papeleos y mierdas, sino el golpe para mis padres/financiadores/pilar y soporte vital, y el golpe a mi mismo, a mi ánimo, y a mis nervios in crescendo de cara al siguiente examen.
Y eso que me había tomado dos tilas y una valeriana la noche anterior. Digo más: había tanteado la posibilidad de probar Sumial, que por lo visto le había funcionado de maravilla a una amiga mía, que no aprobó hasta su quinta convocatoria, y gracias a esas pastillas. La valeriana me hizo al menos dormir de maravilla, pero creo que lo que más me ha beneficiado ha sido un pensamiento: Depende de mi. Porque lo que suelen decir es: ‘al final se reduce a la suerte que tengas’. Un pensamiento que si, busca eximirte de responsabilidad, pero no sé de que modo beneficia eso. Me di cuenta que el pensamiento opuesto me sentaba mejor, me reconfortaba más: si lo hago bien, aprobaré. Punto.
Pero mientras me cambio de asiento con mi otro compañero de examen, veo fugazmente el papel donde están apuntados mis errores. Veo marcados cuatro errores en la parte izquierda del papel; es lo que me da tiempo a ver. Dos arriba y dos abajo. Así que en verdad, se trataba de averiguar que significaba ‘dos arriba y dos abajo’. Si la linea superior eran leves y la de abajo eran deficientes, estaba suspenso. Os refresco como va el tema: cada fallo leve vale un punto. Un deficiente cinco, y un eliminatorio, diez. Y con diez puntos, estás suspenso. Así puedes tener hasta 9 fallos leves, o hasta 4 leves y un deficiente. Pero no tenía forma inmediata de saberlo. Tendría que esperar a que se examinaran todos los otros chavales, y eso podrían ser otras dos horas. O no.
El otro chaval solo estuvo 12 minutos de examen. Y para los dos siguientes solo tuvimos que esperar 25 minutos a que completaran sus dos exámenes. Lo mismo si, el examinador solo iba con prisa. Solo el último chaval estuvo, él solo, haciendo 25 minutos de examen. ¿Qué sería de nosotros? Mientras esperamos a este último chaval, uno de los otros me cuenta que ‘la parte izquierda del papel son los fallos leves’. Si era cierto, lo mismo estaba aprobado. Pero nunca se puede saber. No olvidéis que fue el mismo examinador de la vez anterior, mi segunda, y aunque poco probable, pero lo mismo me recordaba. Y lo mismo no estaba por la labor de ser magnánimo.
Porque aquella segunda ocasión, fue fulminante. Me salté un semáforo. Si bien en la primera me pudieron los nervios, y cometí una cantidad bastante gorda de errores, para aquella segunda ocasión iba bastante más relajado. Me conocía el terreno (Pirámides), y estuve conduciendo un rato creo que sin ningún fallo. Imaginad de nuevo: al llegar a un cruce, veo el semáforo. Verde. Lo olvido. Vuelvo a mirar. Rojo. Está ya justo encima, así que me paro, atravesando ya el paso de cebra, y sin poder ver la luz. Ya la he cagado, ya la he cagado, ya la he cagado. Miro a mi profesor, y está con cara de poker. Pero el examinador no ha dicho nada, así que lo mismo me libro. Si me echo mucho sobre la ventana, solo consigo ver la luz de los peatones. Asi que mi referencia son los semáforos y el tráfico frontales. Se corta el trafico transversal, y me espero. Se pone roja la luz de los peatones, y me espero. Se pone verde la luz para el tráfico de frente, y me espero. Y me espero aún un poco más. Y un poco más. Y un poco más. Y cuando ya creo que he esperado un tiempo más que prudencial, arranco, todo lentito.
Y entonces el examinador me dice: ‘No, tio. Lo siento. Te iba a poner fallo leve, pero todavía estaba en rojo. Asi que gira, aparca a la derecha y cambiaté con tu compañero’.
Salí zombi perdido, y aunque le dí ánimos a mi compañero (no vaya a ser que por mi cagada se pusiera más nervioso de lo que ya iba), luego él luego me lo dijo, ‘no veas la cara que tenías’. Y al montarme atrás, estuve tentado a pedir, por favor, si podía bajarme del coche, necesitaba tomar aire. Me iba a echar a llorar. Estuve diez minutos mirando fijamente por la ventanilla, absolutamente quieto, ignorante de lo que sucedía dentro del coche, e incapaz de mirar a mi profesor, y menos, al examinador. Luego pude empezar a relajarme y estuve más natural, y más adelante, algo de la alegría de mi compañero, que aprobó, se me contagió.
Y es que lo hablaba con esta amiga mía que suspendió tantas veces: lo peor de suspender, no es solo pensar el dinero y el tiempo que ya has invertido y perdido, y en el golpe a ti y a tus padres. Es acordarte de que iba a ser un momento de celebración, de felicidad, de llamar a los colegas a echar unas cervezas, por todo lo alto, y es justo lo contrario. Estás hundido. Si, llamas al final a los compañeros, porque la tristeza no es nadie para privarte de ello, pues es justo a quienes necesitas, pero se trata de ahogar las penas, no de celebrarlo.
Pero permitidme volver un poco a lo del semáforo, ¿cómo me lo pude saltar? ¿Por qué me saltaba los semáforos? Porque cierto es, es la última vez que lo he hecho y espero que sea así por mucho tiempo, pero no era ni mucho menos la primera. De hecho, durante las prácticas, como mínimo, al menos otras tres o cuatro veces mi profesor me tuvo que pisar el freno, cuando se supone que ya tenía más que suficiente rodaje para haber superado esa fase. Algo a lo que yo debería de dedicar el 50% de mi atención. El otro cincuenta, a señales, peatones, tráfico y a mi propio coche. Pero el 50% a los semáforos. Algo luminoso y que parpadea. Y que sobre todo, cambia. Pues no me entraba. ¿Como era posible que yo, que nunca había cogido un coche antes, y que aun a pesar de la soltura que ya demostraba, tuviera cogido ese horrible ‘vicio’?. Pero dejo esto ‘aparcado’, tal vez para otra ocasión, y vuelvo a hablar de este último examen.
Porque no, esta vez no me comí ningún semáforo. Iba con esa lección demasiado bien aprendida. A base de buenas ostias. De hecho, creo que las tres semanas que habían pasado, aunque lo mismo me habían hecho perder soltura con los pedales (que luego se ha visto que no), me han servido para interiorizar mis fallos. Glorietas/rotondas, raquetas, ceda el paso. Semáforos. Repasar la normativa. Hacer esquemas de carriles, cambios de sentido y giros a izquierda. Reposarlo, madurarlo y hacer que se grabe bien. ¿De verdad había podido cagarla?
No, no la había cagado.
Ciertamente, el examinador sencillamente no había desayunado. Así que si, iba con prisa. Dependía de mi, pero también tuve suerte. Suerte de no tener tanto tiempo para cagarla. Nos despachó a los cinco chavales en poco más de hora y cuarto, y se fue tan feliz a tomarse su pitufo con un mitad, malagueños típicos, to perita (para ignorantes de lo malagueño, un pitufo es un pequeño bocadillo con lo que sea, y un mitad es sencillamente un café con leche. De nada). Cuando por fin apareció el coche, no era el chaval quien iba al volante sino nuestro profesor. El chaval iba tapándose la cara de la vergüenza (el pobre suspendió al saltarse un ceda solo 15 metros antes de parar donde el examinador quería bajarse, justo delante de la jefatura de Tráfico), pero nuestro profesor iba con un sonrisa de oreja a oreja. Habíamos aprobado los otros cuatro. Le empezamos a voltear en el aire, nos abrazamos todos, volteamos y abrazamos también al chaval del suspenso (sin duda lo necesitaba, y sé que se agradece). Luego llegamos a la autoescuela donde me dieron mi L, y ya la llamada a mis padres y el cerveceo que siguieron con la gente completaron la jornada.
De hecho, para ir al cerveceo, mi compañero de piso me dejó llevar su coche. Y acabada ya la tarde (y con las cervezas muy atrás y una siesta y unos cafés de por medio) pasó algo aún más interesante: el se fue a llevar a unas amigas al aeropuerto en otro coche, y me dejo con el suyo para traerlo de vuelta a nuestra casa. Era la primera vez que conducía yo solo, sin pasajeros. Si cabe, fue más emocionante que la primera vez que accioné el contacto de un coche. De aquello hace casi cuatro meses de aquello. ¿Me gustó? Si, señoras y señores, me gusta conducir. Ese ronroneo, ese subir y bajar marchas, esa atención permanente, que ni estresa ni aburre, sino que estimula. La circulación, la convivencia con otros conductores, es un coñazo, pero el hecho en si de conducir, es la leche. Como un videojuego ;)
En fin, lo dicho: carreteras, preparaos.
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Enhorabuena hombre! Yo tuve la suerte de sacarme el teórico y el práctico a la primera, pero desde que dejé el coche de la autoescuela no he vuelto a coger otro, y de eso hace ya más de 4 años (en mi familia sólo tenemos un coche y es de mi padre). La verdad es que no me lo saqué porque lo necesitase, si no simplemente porque en aquel momento podía y quería.
Por supuesto, ahora no me atrevería a coger un coche sin haber dado unas cuentas clases antes de refresco (y menos aquí en UK xD).
Saludos!
Gracias hombre! Bueno, yo esta vez ya más que por gusto me lo he sacado por necesidad, por que ya iba siendo hora, y figurar en el CV sin carnet, como que no :D… Ahora que creo que voy a coger el coche cada vez que pueda, la verdad ;) Saludos!
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yo también me saqué el carnet a la primera el teórico y el práctico