Sobre Olas de Piedra, ver la curvatura de la Tierra; y que mientras más lejos, más cerca. Cosas que piensa uno al cumplir 40, Parte 2: Hacerse ‘mayor»

En esta serie de entradas voy a ir hablando de lo que supone entrar en la cuarentena, ‘darle la vuelta al jamón’, y varias ideas en torno a ello que me apetece desarrollar. En la entrada anterior empecé contando que mi ‘crisis’ de los 40 la tuve realmente a los 37, y que el año en que cumplí 40 (hablamos de 2023), se me juntaron dos cosas gordas en la vida: superar las oposiciones, y un tremendo susto de salud que nos dió mi padre pero del que por fortuna, salió airoso.

¡Poca broma! Pero para continuar, me vais a permitir que haga uso de cierta levedad y humor para tratar una pregunta que en realidad no es nada baladí: ¿En qué consiste madurar, en qué consiste ‘hacerse mayor’?

(…)

Hace (¿muchos?) años -2008 para ser precisos- publiqué un breve video en Youtube Dailymotion en el que empuñaba un sable láser al tiempo que naves de Star Wars sobrevolaban el atardecer malagueño. Todo con la ayuda y magia de la composición digital y algún toque de 3d, y desde la humilde terraza del piso de Málaga en el que vivía entonces.

«I’m Never Getting Old». Málaga, 2008

El video como veis era breve, cutre como él solo (¡me grabé con el chándal que llevaba aquel día!), a baja resolución; y como tantas pruebas de efectos visuales en After Effects que hacía por entonces, deliberadamente limitado en ambición: quería probar qué cosas se podían hacer de forma rápida, en poco tiempo y aún menos medios. Así, lo subí la red sin expectativas ni título.

Pero en pocos días conseguí un pico de 25.000 visitas. Y de ese breve fogonazo de ‘viralidad’, recuerdo especialmente un comentario (que ya no existe) que decía, en inglés, algo parecido a:

‘La gente como tú nunca se hace mayor, ¿verdad?’
(‘people like you never get old’).

Recuerdo que la primera lectura que le di era que los nerds como yo, gafas-cuatro-ojos y fans de Star Wars y resto de sagas espaciales, éramos incapaces salir de nuestra infancia de fantasía y enfrentarnos al mundo real; en esencia, de ser autosuficientes, de madurar.

No obstante, tomé ese supuesto insulto por bandera y así titulé finalmente el video:

‘I’m never getting old’.

¡Por supuesto que era un inmaduro! ¡Era un puñetero y eterno estudiante de una ingeniería técnica con 24 años! Pero no me tachaban de inmaduro porque supiesen eso, sino por una razón más superficial: era una payasada. ¿Grabarse haciendo el monger con un sable laser? ¡Adelante! ¿Homenajear al chaval de ‘Star Wars Kid’? ¡Ya lo inventé años antes, si acaso él me homenajeaba a mi! ¿Hacer humor aunque sea a mi cosa? ¡Siempre he admirado el ‘self-depracating humor’!
Valga decir (y por eso cogí por bandera el título que le puse al video), que a pesar de mi supuesta timidez e introversión, siempre he tenido dentro a un poco payasete y me gusta hacer reír a la gente.

Siempre he considerado la risa importante, siempre lo fui el bromista en casa en mi familia desde niño; una casa en la que mis padres, aun siendo cariñosos, atentos y afectuosos, siempre los recuerdo como ‘serios’; y tal vez desarrollé el humor como compensación. E incluso a día de hoy, me encanta seguir buscando la risa entre mi gente y en mis clases, con mis alumnos, pues pienso que el humor siempre ayuda a un buen ambiente de aula y de aprendizaje, he de decir.

Pero reconozco que parecer, aunque sea solo a veces, un payasete, no ayuda mucho a trasladar cierta imagen de seriedad y ‘madurez’.

(…)

Esto nos lleva entonces a una pregunta ¿Es jugar, divertirse, reirse, ser un payaso, incompatible con ser maduro? ¿Significa que madurar es dejar de divertirse?

Ridículos sin duda, pero ¿sabéis que, una vez se fue Arnold, la gente hacía cola para hacerse una foto con nosotros?

Quiero indagar más ese punto explorando otra anécdota mía. Hace ya 10 años (hablo de 2014), a un par de mis buenos amigos y a mi se nos ocurrió no otra que caracterizarnos como Arnold Schwarzenegger, uno de nuestros héroes de la infancia, para recibirle y saludarle, puesto que iba a venir a Almería.

Dos cosas sobre aquella aventurilla.

Una, que aunque no logramos estrecharle la mano al bueno de Arnold, (aunque demostrado queda que nos vio y le arrancamos una sonrisa), nos lo pasamos bomba preparando los disfraces y pasándonos de esa guisa por el centro de Almería.

Valga este video como muestra del total cachondeo con el que nos tomamos la aventura

Y dos: que teníamos ya los huevos muy negros, rondando la treintena, y aquí viene el quid, la mujer de uno de nosotros se indignó muchísimo (recuerdo la mirada de fuego que me lanzó cuando nos fuimos de su casa camino de Almería) porque, según ella, su marido «no tenía ya la edad, tenía una imagen que mantener, y no podía ir haciendo el ridículo por ahí de esa manera».

Ridículos sin duda, pero ¿habéis visto el pedazo de ‘gatling ‘minigun’ que nos montamos en 2 horas, con unos palos de escoba, unos tuppers, una regadera, pinzas de la ropa y cinta aislante?

En su defensa, tengo que decir que a la vuelta reculó, había reflexionado (hasta me dió un abrazo) y comprendió la verdad: que no hacíamos daño a nadie, que sencillamente fuimos a divertirnos y pasárnoslo bien, y de una forma muy inocente y poco lesiva.

De nuevo ¿es inmaduro, irresponsable dejar de divertirse de esta manera?

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Creo que la gente confunde madurar con dejar de divertirse.

Yo considero madurar, sencillamente, el hacerse cargo de las cosas.

Tomar las riendas de tu vida, aceptar responsabilidades y no dejarlas de lado, no echar balones fuera, encontrar la manera y no la excusa… llamadlo como queráis.

(…)

Y no, no entiendo que madurar tenga nada que ver con dejar de divertirse, si bien, se puede entender que las responsabilidades añadidas quiten tiempo para divertirse.

Volviendo a los dos ejemplos que ponía, yo lo veo del siguiente modo.

Si bien en el caso de mi primer video (el del sable láser) tal vez aquel comentario anónimo acertaba al tacharme de ‘no crecer’ (por entonces era apenas capaz de encarar una ingeniería técnica en la que me eternizaba, y en esencia, de tomar las riendas de mi vida ¿era posible saber esto por el video?…); pero en el segundo caso, cuando nos disfrazamos como nuestro querido Arnold, definitivamente no considero que fuésemos inmaduros. Creo que legítimamente éramos unas personas capaces, sin duda emancipadas, autónomas e independientes (uno de ellos por entonces ya empresario) que nos fuimos a divertir como mejor sabíamos; y que a día de hoy repetiría sin duda alguna (igual que por cierto, repetiría el video del sable láser: a la vista está lo que hice para mi 40 cumpleaños)

Y no hay una fecha concreta para eso de ‘dejar de divertirse’, y bajo esa definición, ‘crecer’. Sin duda, emanciparse, lograr un trabajo, unos ingresos y aquello que llamamos ‘pagar impuestos’ y aportar a la sociedad es un paso importante en la dirección de ‘madurar’ y hacerse mayor’. Casarse, tener una casa, y especialmente tener y además criar unos hijos, imagino que también cuadra en esa definición. Pero también lo es algo tan sencillo como asumir nuestros errores y fracasos, aprender de ellos y tener el valor de afrontar nuevos retos, y sobre todo, sobre todo, aceptar nuestra responsabilidad en ello.

Y eso es algo que puede hacerse desde muy joven.

(…)

Hace unas semanas veía en el cine ‘Del Revés 2’ (gran película, casi tanto como la primera), y hay una escena que a mi y a mi pareja nos chocó: cuando ‘Alegría’ asume que hacerse mayor es tal vez reírse menos.

Mirad, por triste que sea esa dura realidad (y recuerdo ser consciente de eso desde muy joven, pues como dije, ya observaba que los adultos se reían muy poco) entiendo que madurar no significa dejar de jugar, sino que sencillamente se trata de hacerse cargo de las cosas, y a veces (o a menudo) dejar los deseos, las fantasías y los entretenimientos al lado, para otro momento, para sencillamente, hacer lo que hay que hacer.

Sin que eso signifique dejar de jugar y explorar, siempre que se pueda. De seguir teniendo curiosidad, de seguir teniendo hambre por el mundo. De seguir teniendo hambre por aprender, hambre por crecer.

(…)

Seguiremos en la tercera parte: «Mientras más lejos, más cerca»

Sobre Olas de Piedra, ver la curvatura de la Tierra; y que mientras más lejos, más cerca: cosas que piensa uno al cumplir 40. (Parte 1)

Aquí me tenéis. Cumpliendo cuarenta tacos.

En realidad hace ya unos meses de esta foto (los cumplí en diciembre de 2023), pero este evento, y unas cuantas ideas asociadas al respecto, merecen qué menos que un par de entradas o tres. Vamos al lío.

(Si quereis, también podeis leer lo que pensaba a los 25 y a los 35)

‘Crisis de la mediana edad’

Empezaré diciendo que mi ‘crisis de los cuarenta como tal’ no ha tenido lugar, porque ya tuve una a los 37.

Tiene mucho que ver con lo que ya conté en la serie de entradas anteriores, mi fracaso mayúsculo en las Oposiciones de 2021 y comprender que entonces, ni bajo la más generosa de las métricas, me podía a mi mismo considerar ‘joven’.

Si, ya ya… me direis lo de que la ‘juventud se lleva dentro’ y tal, ‘es una actitud’, ‘un estado mental’… si si, estoy de acuerdo y de eso ya hablaremos. Pero hoy me refiero no tanto a mantener una actitud ‘joven y fresca’ frente a la vida (algo con lo que estoy de acuerdo), sino a que a los 37, ya no valía la vida disipada de un adolescente tardío, ya no me ‘pintaba’, igual que no me pintaba ir en sudadera y/o camiseta. Resumo para los recién llegados, en 2021 se me juntaron dos fracasos gordos; uno, una ruptura sentimental bastante dolorosa; y dos, el mencionado suspenso en las oposiciones.

Ambas cosas se me juntaron, y unidos a cumplir una cifra relativamente inocua como ’37’ y que poco después me ‘cancelaban‘, me sumergió en una crisis existencial sin precedentes. Sentía que se me escapaba el tren de la vida, que todos mis coetáneos estaban haciendo ‘algo’ con sus vidas (AKA: matrimonio, hijos, casas, sentar la cabeza, etc…), mientras yo, con mi pesado equipaje, estaba apuntado en la lista de quedarme en la cuneta: interino y soltero de por vida, saltando cada año a un destino distinto de Andalucía sin poder poner el huevo en ningún sitio… así, hasta mi jubilación y mi muerte.

A toro pasado sé que rocé la depresión profunda, incluso pensé en ir a un psicólogo (cosa que debería haber hecho, y no hice por pura vagancia), pero apoyándose en amigos, apretando los dientes, y dejando algo tan sencillo como que el tiempo hiciese su labor, salí mentalmente adelante. Estar haciendo un máster me tuvo entretenido, e incluso me lo pasé bastante bien el par de años que estuve en Estepona. Y eventualmente, en verano de 2023, a la tierna edad de 39 años, conseguí mi plaza en mi tercera intentona de Oposiciones.

Mientras, mi padre.

Mi padre, en lo alto del Campanario de la Catedral de Baeza, este Enero de 2024. Esta misma mañana que escribo esto (Mayo de 2024) estaba recogiendo habas en su huerto. Disfrutando de lo lindo.

Como iba contando, saco mis oposiciones en Junio de 2023, y pasa al mismo tiempo algo muy importante y necesario contar para entenderlo todo, pero por lo que no sé si pasar de puntillas, o explayarme.

Dudo, porque por un lado evidentemente quiero respetar la privacidad de mi padre (yo mismo he borrado todo rastro de mi nombre en este blog, lo que lo hace esencialmente imposible de encontrar por mi nombre); pero por otra parte, mi padre merece un libro. Pero todo eso, en su momento.

Insistió en subir las empinadísimas escaleras espirales de la torre de la catedral, apenas un mes más tarde de acabar su quimioterapia. Como un campeón.

Me limitaré rápidamente a contar que en mayo de 2023, estando yo sumergido a tope en el proceso opositor, mi padre empezó a perder peso (que controla rigurosamente desde que hace 20 años le diagnosticaran diabetes tipo 2), sin aparente explicación, al tiempo que se le disparaba el azúcar en sangre. A priori no nos quisimos (o al menos no me quiso) preocupar, pero diligentemente y tras todas las pruebas pertinentes, se revelaba un tumor había inutilizado su páncreas y era necesario extirparlo.

No quiero crear suspense ni subrayar el drama: ha pasado casi un año y mi padre está vivo, entero y todo lo recuperado que se puede estar tras haberle extraído el páncreas por un cáncer en fase 1 a sus 75 años, tras una cirugía, un postoperatorio y una quimioterapia que nunca son amables (y comparativamente con otros casos, lo fueron). Hoy el cáncer muestra todos los signos de estar erradicado y sin intención de volver, y se nos queda en el cuerpo un susto brutal, y que otra vez, te obliga a hacer y a replantearte muchas cosas.

Ese es el resumen.
¿Fue fácil? No, ni por supuesto para él, ni para mi hermana, ni tampoco para mi.
¿Se hizo todo lo que se tenía que hacer? Creo que a la vista está que si. Creo que se hizo a tiempo, que se hizo con diligencia, que lo hicimos bien.

Continuaré en la segunda parte.

Las Oposiciones (Parte 4 de 4): ¿¡Tengo ya La Plaza!?

Antes, que nada, no se me asusten, no he escrito antes por meras cuestiones logísticas y de compromisos familiares (lo que tiene guasa, lo bien y directos que me salieron los primeros tres post, para dejar en el total cliffhanger a cualquier aventurado lector que se pasease por aquí).

Ahora ya, sin más dilación

Bueno, ahora ya lo sabéis: he aprobado las Oposiciones y soy un don señor funcionario (en prácticas).

Estos días anteriores, sin tenerlo planificado (aunque todo estaba en mi cabeza y ha sido rápido escribirlo), os he estado contando como ha sido todo este proceso (CINCO AÑOS EN TOTAL). Ahora, estoy en disposición de contaros cómo ha sido el proceso de este año (¡que también ha tenido sus peculiaridades!), y cómo es el panorama que se me presenta a continuación.

La margarita del destino: tengo plaza/no tengo plaza

Creo que ustedes queridos lectores, si son sagaces y me conocen una mititilla desde 2005 que llevamos escribiendo en este bloj, deberán saber que de nuevo y para sorpresa de nadie, no he sido un estudiante ejemplar. Incluso teniendo mucho a favor: no teniendo compromisos familiares ni personales, estando en un lugar tranquilo y sin distracciones, suficientes años ya de experiencia y tablas, y las lecciones aprendidas de haber pasado por dos oposiciones antes, lo que redunda tanto en conocimientos concretos del temario, como en saberes nivel emocional y estratégico/táctico/operativo.

En mi contra: yo. Y la desidia, y la falta general de motivación. Y la quemazón. Y el miedo al fracaso y que te vuelva a doler tanto (hace difícil que te entregues igual). E incluso, ojo a lo que voy a decir, cierto síndrome de Estocolmo; cierta sensación de secuestro por ser un eterno opositor; como que se me había olvidado como era la vida sin tener que estudiar, e incluso le tenía cierto miedo al vacío una vez completado este objetivo, ¿es posible que en cierto momento me estuviera auto-saboteando?

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Las Oposiciones (Parte 3 de 4). Cancelado.

Cancelado.

Cuando la Junta de Andalucía nos comunica informáticamente a los docentes interinos nuestro próximo destino, lleva algunos veranos teniendo la curiosa costumbre de enunciar que has cumplido con todas las formalidades burocráticas en negativo. Es decir, en vez de declararte como «Admitido» y debajo poner «Si», te encuentras con un «No» como respuesta a «Excluido». Ese es el primer microinfarto. Imagínate además la situación de algunas de mis compañeras ese año: como destino les aparece «Cancelada«. Infarto total. Lo que tal vez ustedes no sepan es que Cancelada era una antigua colonia agrícola (sus cortijos decimonónicos que aún se mantienen en pie) flotando en lo que por otra parte es hoy una interminabilidad de urbanizaciones, chalets modernos y campos de golf perteneciente a la localidad de Estepona, en la Costa del Sol, a medio camino entre dicha localidad (a 15 km de ella) y Marbella.

Tres horazas largas de coche, y que solo pilla de paso… si quieres ¿invadir Gibraltar?.

El caso es que fui para allá muy escéptico. Es curioso cómo funciona el cerebro, miraba el mapa (pega a la provincia de Cádiz), ¡y me parecía lejísimos!. Aunque ya fui profesor el año anterior en Almuñecar (y me enamoré un poco), siempre he sido un chico de interior, y el supuesto encanto de la Costa del Sol nunca se lo encontré. Buen clima, si, pero me parecía un lugar un tanto deshumanizado, con alma de ‘terminal de aeropuerto’, listo para atraer turistas adinerados del Norte y Este de Europa. Mucho chalet, urbanizaciones diseminadas, alojamientos turísticos, conurbanizaciones sin personalidad, sin caminos ni aceras para pasear… Para colmo unos precios de alquiler desorbitados, y una carretera, la Autovía del Mediterraneo, criminalmente sobreexplotada (si aprendes a conducir allí, entre coches alemanes de color negro, sabrás desenvolverte en cualquier sitio -de España al menos), y dónde uno es testigo de todos los abusos urbanísticos que sucesivos gobiernos del Jabba del Jacuzzi y acólitos perpetraron durante tantos años.

¿Me gustaba el sitio? No. ¿Me gustó el Instituto? Me encantó.

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Las Oposiciones (Parte 2 de 4). La Oscuridad.

(Viene de aquí, donde hablo de cómo fueron las primeras oposiciones de 2018, y un repaso general a cómo han sido estos años).

Las oposiciones de 2021 fueron distintas a las de 2018, porque sin duda podía decir que iba mejor preparado. Tenía ya experiencia docente; y eso es bueno tanto porque me colocaba mejor por puntos, como porque ya sabía cómo es realmente una clase y estar en el frente de batalla, cosa que cuando me presenté en 2018 era totalmente ignorante y analfabeto. Y también empecé a estudiar antes, y con la ventaja de que no era la primera vez. Lo único malo, es que se ofertaban menos plazas; ¿sería la mía?

La procrastinación, vieja amiga.

Hablemos entonces de la procrastinación, que ya nos conocemos.

¿Empecé a estudiar en Septiembre? Naaaah… Llegan las navidades y se van igual, y tal vez hasta febrero no empecé sistemáticamente todas las tardes a echar un rato, y solo adquirí la velocidad de crucero en abril. (Si no tenéis ni idea de qué hablo ni de cómo funcionan una Oposiciones, podéis enteraros en la primera parte de esta serie)

Pero al primer exámen llegué preparado, incluso se me humedecieron los ojos cuando vi «las bolas»: salió el tema 20, uno de los míos. Conseguí un 8 con ese tema. En la parte práctica de problemas, algo menos: un 5 raspado. Aprobado y pasaba a la siguiente fase, pero no acababa de ser algo para tirar cohetes. La verdad, ese cinco me desanimó.

Y entonces vino mi fallo, mi pecado. Bajé los brazos.

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