Antes, que nada, no se me asusten, no he escrito antes por meras cuestiones logísticas y de compromisos familiares (lo que tiene guasa, lo bien y directos que me salieron los primerostres post, para dejar en el total cliffhanger a cualquier aventurado lector que se pasease por aquí).
Ahora ya, sin más dilación
Bueno, ahora ya lo sabéis: he aprobado las Oposiciones y soy un don señor funcionario (en prácticas).
Estos días anteriores, sin tenerlo planificado (aunque todo estaba en mi cabeza y ha sido rápido escribirlo), os he estado contandocomo ha sido todo este proceso (CINCO AÑOS EN TOTAL). Ahora, estoy en disposición de contaros cómo ha sido el proceso de este año (¡que también ha tenido sus peculiaridades!), y cómo es el panorama que se me presenta a continuación.
La margarita del destino: tengo plaza/no tengo plaza
Creo que ustedes queridos lectores, si son sagaces y me conocen una mititilla desde 2005 que llevamos escribiendo en este bloj, deberán saber que de nuevo y para sorpresa de nadie, no he sido un estudiante ejemplar. Incluso teniendo mucho a favor: no teniendo compromisos familiares ni personales, estando en un lugar tranquilo y sin distracciones, suficientes años ya de experiencia y tablas, y las lecciones aprendidas de haber pasado por dos oposiciones antes, lo que redunda tanto en conocimientos concretos del temario, como en saberes nivel emocional y estratégico/táctico/operativo.
En mi contra: yo. Y la desidia, y la falta general de motivación. Y la quemazón. Y el miedo al fracaso y que te vuelva a doler tanto (hace difícil que te entregues igual). E incluso, ojo a lo que voy a decir, cierto síndrome de Estocolmo; cierta sensación de secuestro por ser un eterno opositor; como que se me había olvidado como era la vida sin tener que estudiar, e incluso le tenía cierto miedo al vacío una vez completado este objetivo, ¿es posible que en cierto momento me estuviera auto-saboteando?
Cuando la Junta de Andalucía nos comunica informáticamente a los docentes interinos nuestro próximo destino, lleva algunos veranos teniendo la curiosa costumbre de enunciar que has cumplido con todas las formalidades burocráticas en negativo. Es decir, en vez de declararte como «Admitido» y debajo poner «Si», te encuentras con un «No» como respuesta a «Excluido». Ese es el primer microinfarto. Imagínate además la situación de algunas de mis compañeras ese año: como destino les aparece «Cancelada«. Infarto total. Lo que tal vez ustedes no sepan es que Cancelada era una antigua colonia agrícola (sus cortijos decimonónicos que aún se mantienen en pie) flotando en lo que por otra parte es hoy una interminabilidad de urbanizaciones, chalets modernos y campos de golf perteneciente a la localidad de Estepona, en la Costa del Sol, a medio camino entre dicha localidad (a 15 km de ella) y Marbella.
El caso es que fui para allá muy escéptico. Es curioso cómo funciona el cerebro, miraba el mapa (pega a la provincia de Cádiz), ¡y me parecía lejísimos!. Aunque ya fui profesor el año anterior en Almuñecar (y me enamoré un poco), siempre he sido un chico de interior, y el supuesto encanto de la Costa del Sol nunca se lo encontré. Buen clima, si, pero me parecía un lugar un tanto deshumanizado, con alma de ‘terminal de aeropuerto’, listo para atraer turistas adinerados del Norte y Este de Europa. Mucho chalet, urbanizaciones diseminadas, alojamientos turísticos, conurbanizaciones sin personalidad, sin caminos ni aceras para pasear… Para colmo unos precios de alquiler desorbitados, y una carretera, la Autovía del Mediterraneo, criminalmente sobreexplotada (si aprendes a conducir allí, entre coches alemanes de color negro, sabrás desenvolverte en cualquier sitio -de España al menos), y dónde uno es testigo de todos los abusos urbanísticos que sucesivos gobiernos del Jabba del Jacuzzi y acólitos perpetraron durante tantos años.
¿Me gustaba el sitio? No. ¿Me gustó el Instituto? Me encantó.
(Viene de aquí, donde hablo de cómo fueron las primeras oposiciones de 2018, y un repaso general a cómo han sido estos años).
Las oposiciones de 2021 fueron distintas a las de 2018, porque sin duda podía decir que iba mejor preparado. Tenía ya experiencia docente; y eso es bueno tanto porque me colocaba mejor por puntos, como porque ya sabía cómo es realmente una clase y estar en el frente de batalla, cosa que cuando me presenté en 2018 era totalmente ignorante y analfabeto. Y también empecé a estudiar antes, y con la ventaja de que no era la primera vez. Lo único malo, es que se ofertaban menos plazas; ¿sería la mía?
La procrastinación, vieja amiga.
Hablemos entonces de la procrastinación, que ya nos conocemos.
¿Empecé a estudiar en Septiembre? Naaaah… Llegan las navidades y se van igual, y tal vez hasta febrero no empecé sistemáticamente todas las tardes a echar un rato, y solo adquirí la velocidad de crucero en abril. (Si no tenéis ni idea de qué hablo ni de cómo funcionan una Oposiciones, podéis enteraros en la primera parte de esta serie)
Pero al primer exámen llegué preparado, incluso se me humedecieron los ojos cuando vi «las bolas»: salió el tema 20, uno de los míos. Conseguí un 8 con ese tema. En la parte práctica de problemas, algo menos: un 5 raspado. Aprobado y pasaba a la siguiente fase, pero no acababa de ser algo para tirar cohetes. La verdad, ese cinco me desanimó.
Y entonces vino mi fallo, mi pecado. Bajé los brazos.
Damas y caballeros, me digno a bajar aquí para dejar por escrito y contarles algo que no puedo (ni debo) descargar en toda su extensión a alguien en persona. Seguramente violaría varios puntos de la Carta Universal de Derechos Humanos si en persona cuento todo esto y de una sentada a mis amigos, familia, compañeros de trabajo, alumnos… (lo cual no quita que, a trozos, unos y otros la conozcan). Por cansinez, por respeto y por supuesto por afán documental, he de dejar esto registrado en este humilde y veterano blog; por mucho que dar clase me haya drenado de ganas de escribir, por mucho que lleve encadenados CINCO años de los cuales cuatro he estado estudiando/empantanado de un modo u otro… (o con oposiciones, incluso unas covid-canceladas, o con un máster del que creo que también he hablado) y me haya arrebatado hobbies, ocio y sobre todo separado de estar con los que quiero y me quieren, en tantas ocasiones, prefiero no pensar demasiado en ellas…
Quiero dejar por escrito como es este proceso de atravesar unas oposiciones. Y no he pasado por ellas una ni dos, tres veces ya. Con un ‘triunfo fracasal’ la primera vez en 2018 (saqué una notaza altísima pero me quedé sin plaza por no tener puntos de experiencia); con topetazo brutal al encontrarme en 2021 el inconsolable golpe de un suspenso en toda la cara; y en la tercera….
Mientras escribo esto aún no sé los resultados de la tercera vez. Solo puedo decir que superé la primera fase, hice la segunda hace unos pocos días, y que aún espero las notas de esta.
Pero les cuento, les cuento. Primero, un poco de contexto.
Hola que tal, otro añito nos volvemos a ver por aquí…
Se da la circunstancia de que he escrito cosas que me apetece compartir aquí, pero necesitan un contexto previo; y ya de paso, aprovecho para hacer un post genérico de ponernos al día (y también probar a refrescar un poco el aspecto del blog).
Los últimos post que escribí iban sobre lo que significa ser profesor (algo que tiene pinta de durar mucho tiempo). Este indirectamente, también está relacionado con eso. Como podréis imaginar, el año pasado -que pasé en Almuñecar, estupendo lugar- me sometí de nuevo a todo el farragoso proceso de pasar unas oposiciones; lo que probablemente no sabéis, es que no las superé.
No es solo que no conseguí plaza (era una convocatoria difícil y hasta cierto podía esperarlo), es que de hecho suspendí la última fase (tal vez la más importante, en la que hay que defender una unidad didáctica), con lo que me eliminaron del proceso. Tal vez me confié (conseguí una nota engañosamente alta en 2018), tal vez bajé los brazos una vez superada la primera fase, tal vez sencillamente mi sistema de estudio no es el adecuado. El caso, es que aunque la consecuencia suspender no es distinta a sencillamente aprobar sin plaza (sigo ejerciendo, por supuesto como interino, este año en Estepona), suspender fue un golpe demoledor.
Golpe de que te pitan los oídos durante meses. Lo digo en serio, algo que te ‘coloca en tu sitio’, te obliga a replantearte todo lo que estás haciendo, ‘cómo te lo tienes montado’ (en el fondo sé que había, y hay, cosas que tengo que cambiar), entender también tus limitaciones y capacidades (había cosas que sé que podría mejorar, pero otras que honestamente sigo sin saber cómo hacerlo)… resumiendo, ha sido un golpe de realidad, que unido a los años que voy cumpliendo (38 ya, gracias!), me ha sumergido en una crisis -transformadora y todo lo que querais- que me ha tenido catatónico, si es que no abiertamente en pre-depresión, durante unos meses.
Pero tranquilos, que estoy mejor. Saliendo del covid mientras escribo esto (¡no kidding! ¡en parte el estar de baja por el covid es lo que me hace lanzarme a escribir esto!), pero estoy bien.
Y estoy bien, entre otras cosas, porque después del golpe (mediados de julio de 2021) supe enseguida que lo más importante para quitarme las telarañas de encima, era ponerme en marcha enseguida. Uno de los consejos que me dieron es que de puntos iba un poquito escaso (3 años de experiencia, dos certificados de idiomas*, los cursillos del chichinabo que todo cristo tiene, y un título de Ingeniero Técnico de un plan pre-Bolonia que me habilita para ejercer, pero no me da puntos), así que ¿Por qué no hacer un Máster?
*Los que conocéis las oposiciones por dentro ya sabéis lo retorcido y ridículo que puede llegar a ser el sistema de puntuación: dos puntos por tres cursos online que se hace cada uno en un fin de semana, 0,5 por cada título de idiomas (¡aunque sea del mismo idioma! ¡yo tengo 1 punto por que tengo el B2 y el C1 de inglés!) ¡pero apenas 0,7 por cada año de experiencia!
Bien, venga, vamos con el máster a muerte, a ver ¿qué hay por ahí? Tiene que ser online, claro, y tiene que ser oficial para que se me reconozca UN punto, para ser más competitivo, para cargarme a hostias a cualquier oponente opositor que me quiera plantar cara ¡¡¡¡si solo necesito una plaza!!!!
La oferta, bueno… hay de todo. Vi uno en el que daban cosas en 3d (3ds Max, Unreal y V-Ray) que se me hacía la boca agua… pero no era oficial. Hay un huevo de máster relacionados con la educación (Máster en Tecnología Educativa y Competencias Digitales, en Psicopedagogía, en Prevención y Mediación de Conflictos en Entornos Educativos, en Educación Especial, en Innovación Educativa… puedo seguir, la lista puede ser larga de verdad) pero, lo digo aquí que no nos lee nadie, me saturan un poco… hablando en serio, me considero ingeniero/técnico antes que educador, y busco algo que me motive más alejado de la educación en si misma. Y honestamente, busco mi mísero punto, no tengo mayores ambiciones. Me hablan también de uno sobre Prevención de Riesgos Laborales ‘que está tirao’ y es solo de ‘hacer test y entregar trabajitos’ que se puede sacar fácil y como un trámite… pero aún así sé que por mucho que me lo vendan como algo fácil en algún momento me va a tener ‘empantanao’, y sigo queriendo algo que me motive.
Y entonces ahí lo veo,«Máster en Astronomía y Astrofísica». Como podeis imaginar los ojos se me hicieron pesicola. No es barato, y el proceso de admisión (un poquito teatral a mi entender, aprovecho para decirlo) sigue pasando por enviar una carta de motivación y cumplir ciertos requisitos.
Me lo miré bien, lo sopesé con calma, no fue una decisión para nada precipitada, pero para que os hagáis una idea de las ironías al tiempo que determinación que la que me quería matricular del máster, el destino quiso que el día que me confirman la admisión y con un plazo breve para ejecutar el primer pago, me pillara en uno de los sitios con menos señal posible de la serranía Norte de Jaén. Me teníais que ver, literalmente, aguantando el teléfono móvil y el portátil en mitad del monte, para pillar algo de señal con la que enviar los datos y ejecutar el pago (que no voy ni a decir la cantidad)
Todo salió bien y aquí estoy: me está encantando el máster, estoy aprendiendo sobre todo cómo se hace la ciencia (para mi fortuna, y no voy a ser falsamente humilde, cuento con una buena base teórica y unos buenos fundamentos, y de momento nada de lo que hemos impartido me ha sonado a chino), pero lo que si puedo decir es que me he tirado por primera vez en mi vida unas navidades de empollar y redactar que no lo había visto en la vida. No había trampa, como profe sabía que contaba con ese tiempo y lo empleé bien (de hecho, me sobraron unos días al final), pero, os que erais igual de malos estudiantes que yo en la universidad (dificil) ¿os acordais cuando decíamos, cada navidad, ‘voy a estudiar’, y los apuntes se tiraban 15 días calentando banquillo? Pues esta vez, no. Esta vez he estado empantanado, pero bien.
La mayoría han sido entregas, si no aburridas (me ha molado hacerlas) tampoco es pertinente ahondar en ellas: análisis espectral de asteroides, cálculo de las características de un exoplaneta por el método de la profundidad de tránsito y la velocidad radial, transformación de sistemas de coordenadas esféricas, cálculo de características orbitales, arqueología digital en bases de datos para búsqueda de enanas rojas y astrofotografía galáctica…
Pero ha habido una, en la que sencillamente teníamos vía libre. Ni siquiera una actividad obligatoria, sino de esas para ‘subir puntos’. En la asignatura de «Exoplanetas y Astrobiología», una disertación (tema abierto), sobre la asignatura.
Lo titulé «¿Seremos nosotros los extraterrestres?»
Quince páginas escritas en una noche, y me quedé tan ancho.
No digo más, os lo comparto (en cómodos episodios).
PD.: Aunque no me veais mucho en este blog, no significa que no esté activo en redes (aunque reconozco que menos que antaño). Efectivamente el hecho de ser profesor más que ocuparme, ‘drena’ mis ganas de escribir como ya expliqué en esta entrada, pero por instagram (personal y docente) me podeis seguir con bastante facilidad (suelo contar muchas tonterías en las stories). Espero que esteis todos bien. ¡Un saludo!