Damas y caballeros, me digno a bajar aquí para dejar por escrito y contarles algo que no puedo (ni debo) descargar en toda su extensión a alguien en persona. Seguramente violaría varios puntos de la Carta Universal de Derechos Humanos si en persona cuento todo esto y de una sentada a mis amigos, familia, compañeros de trabajo, alumnos… (lo cual no quita que, a trozos, unos y otros la conozcan). Por cansinez, por respeto y por supuesto por afán documental, he de dejar esto registrado en este humilde y veterano blog; por mucho que dar clase me haya drenado de ganas de escribir, por mucho que lleve encadenados CINCO años de los cuales cuatro he estado estudiando/empantanado de un modo u otro… (o con oposiciones, incluso unas covid-canceladas, o con un máster del que creo que también he hablado) y me haya arrebatado hobbies, ocio y sobre todo separado de estar con los que quiero y me quieren, en tantas ocasiones, prefiero no pensar demasiado en ellas…
Quiero dejar por escrito como es este proceso de atravesar unas oposiciones. Y no he pasado por ellas una ni dos, tres veces ya. Con un ‘triunfo fracasal’ la primera vez en 2018 (saqué una notaza altísima pero me quedé sin plaza por no tener puntos de experiencia); con topetazo brutal al encontrarme en 2021 el inconsolable golpe de un suspenso en toda la cara; y en la tercera….
Mientras escribo esto aún no sé los resultados de la tercera vez. Solo puedo decir que superé la primera fase, hice la segunda hace unos pocos días, y que aún espero las notas de esta.
Pero les cuento, les cuento. Primero, un poco de contexto.
Si ustedes, queridos lectores, me han leído estos años, quedó claro que nunca fui muy buen estudiante. Tardé 10 añazos en acabar una Ingeniería Técnica en Diseño Industrial (aunque algunos muebles salvamos, alguna cosa más hice en ese tiempo). No empecé a cotizar hasta casi cumplidos los 30, y aquí viene una cosa graciosa: apenas duré tres meses trabajando en algo relacionado con talleres, industria e ingeniería, que ya me di cuenta que yo no quería ejercer como ingeniero. Quería ser lo mismo que mi padre, que mi abuelo, que mi tío, que dos de mis primos hermanos.
Quería dedicarme a la docencia.
Eso fue en 2014 (también coincidió con la pérdida de alguien muy cercano, y eso te aclara mucho las prioridades), y me embarqué en hacer el famoso Máster de Profesorado que te habilita para ser profesor de Secundaria. Vamos, lo que es tratar con adolescentes, un complejo grupo de población con el que no trataba desde que yo mismo lo fui.
Me metí en ello pensando que me gustaba mucho la ingeniería y la tecnología, y creo que también algo que era vox populi, que me gustaba explicar y divulgar cosas (a la vista está, la propia existencia de este blog). Fastforward varios años, acabé siendo profesor, y sorpresa brutal, lo que más miedo e incógnitas me generaba que era cómo sería el trato con chavales, acabo siendo mi parte preferida de la docencia.
Pero ojo, que eso no es un camino rápido. Acabé el Máster en 2015, y todavía trabajé otros tres años en empresas relacionadas con el mundo técnico y de la ingeniería. En 2017, de pura chiripa, me salió un trabajo a media jornada como docente en una escuela privada de Diseño en Granada (ESADA), y eso nos coloca ya en 2018, el momento en el que empieza esta historia opositora.
En 2018, por primera vez en ocho añazos el Estado volvía a convocar unas oposiciones para profesores de Tecnología (por culpa de la crisis, las últimas que se habían hecho de tecnología fueron en 2010). Pero antes, creo que merece un poco que les cuente cómo son unas oposiciones (si ya lo sabéis, os lo podéis saltar)
Explicación aburrida y contextual sobre cómo-coño-son-unas-putas-oposiciones.
Como ya hemos dicho, hacen falta tres ingredientes: tu propia titulación (vale cualquier grado o título superior, y en casos específicos, también valen algunas diplomaturas del plan antiguo); unos estudios que te habiliten como docente (el susodicho Máster de profesorado, o lo que antes era el ‘CAP’, que se hacía en tres semanillas); y por supuesto, que al Estado se le plante en los huevos convocar unas oposiciones para tu especialidad, donde se ofertan X plazas (digamos, 200 para tu comunidad autónoma).
Lo normal es que se convoquen cada dos años pero de lo mío, Tecnología, hacía 8 años que no se convocaban, así que cuando volvió a haber oferta en 2018, había mucho ‘tapón’ de aspirantes. De la organización se encargan las Comunidades Autónomas, y aunque es ligeramente distinto en cada comunidad, tienen en común una estructura y es que que hay tres ‘pruebas’ o fases, (cada una de las cuales vale un 33%, al menos este año).
La primera fase como tal, es una prueba específica de tu especialidad, y se parece bastante a un examen clásico tipo selectividad, donde te preguntan de lo tuyo (Inglés, Matemáticas, Geografía e Historia…). Te tienes que saber básicamente toda tu asignatura, con un temario de 1993 (algo especialmente sangrante en el caso de la Tecnología, ¡con la de cosas que han cambiado!), y en el que durante 4 horas y media, sentado, tienes, por un lado, que desarrollar en texto un tema al azar de tu especialidad (entre cinco que salen por sorteo, de un total de aproximadamente 70). Y por otro, resolver problemas o situaciones típicas de tu especialidad; en mi caso por ejemplo; se trata de problemas de circuitos eléctricos, hidráulica, mecanismos, resistencia de materiales, dibujo técnico, etc… con tu buena calculadora 100tífika y regla al lado.
Y si superas este examen (eliminatorio), unas semanas más tarde vas a la segunda fase; donde esta vez se te examina como pedagogo y docente, y defiendes de pie, a viva voz y con pizarra, delante de un tribunal y durante una hora, lo que llamamos: a) una ‘programación didáctica’, que es la planificación de todo un curso; y b) una ‘unidad didáctica’, que para entendernos, es un tema de esa programación. Por ejemplo: cómo voy a enseñar a mis alumnos, a lo largo de X horas que tenga planeadas, el tema de palancas y poleas, y cómo lo van a aprender, y se lo voy a evaluar, y todo con pelos y señales, de la forma más detallada y pormenorizada posible.
Si superas estas dos fases (son eliminatorias), se te junto con los puntos que obtienes en la tercera fase, que no es una prueba como tal, sino que lo llaman ‘concurso de méritos’ y son puntos de baremo que consigues por cosas como tu expediente académico de la carrera, tu propia experiencia docente (si la tienes, ahora os cuento), títulos de máster, idiomas, cursillos, etc.
Con esas tres notas (dos exámenes + méritos) se te da una nota global, y se te pone en una lista. Y si había, pongamos, 200 plazas, pues a los doscientos primeros de esa lista, le dan una.
Y ale, ya eres funcionario de carrera *en prácticas. ‘Fasil y censillo’, que decía un profesor mío; que luego haya que estar un año de prácticas, y tal vez varios años esperando de un lado a otro hasta que te dan una plaza definitiva, son ya detalles sin importancia…
Por otro lado, si apruebas pero no te llega para conseguir plaza, pasas a una bolsa de trabajo en la que se va moviendo, y de la que eventualmente te llamarán para trabajar como interino (hay gente para la que pasan años). Haciendo primero sustituciones, cada vez más largas, y cuando ya coges puntos, pues te llaman para una vacante que es estar un curso entero en un sitio, algo que idealmente ya se repetirá todos los años. Y si, te interesará volver a estudiar para las siguientes oposiciones…
Y por supuesto, si suspendes, pues te quedas como estás. Que si no has estudiado, pues nada, pero si si has estudiado mucho, normalmente te quedas con cara de gilipollas, que supongo, es bastante graciosa desde fuera.
La primera vez que me presenté fue en 2018.
Entonces tenía trabajo (de hecho, ¡dos trabajos!) y no tenía pensado ir a por ellas, pero cosas de la vida, me quedé solo con uno de ellos (el de profesor en la Escuela de Diseño). Y estando solo a media jornada, lo vi blanco y en botella. Por resumir, diré que empecé a estudiar apenas en febrero (solo 5 meses, cuando lo normal es que la gente estudie por años), me estudié a saco todo lo relativo a la primera prueba sobre Tecnología, ¡Y vaya que si lo saqué!, hice bien los problemas, y desarrollé un tema que me miré la noche de antes… ¡Saqué un 8!, la tercera nota más alta de mi provincia.
Pero a la segundo fase, llegué como a una liebre cuando le dan las largas. Por unos meses estuve con dos buenos amigos preparando el documento que debes defender (la famosa programación didáctica), y yo nunca supe bien lo que estábamos haciendo. No sin razón, eso me costó la amistad con uno de ellos. Y aún así, llegué al examen, que no sé ni cómo lo hice, ¡Me pusieron un 7,5! Incluso uno de los del tribunal me animó, literalmente me dijo en el patio mientras fumaba un cigarrillo ‘serás un buen profesor’…
Pero no tenía puntos de baremo. Así que no me daba la nota global para conseguir una plaza. De esto ya escribí en este blog un largo borrador que nunca compartí, pero básicamente manifestaba el conflicto interno entre la rabia de haberme quedado tan cerca de la plaza, y la satisfacción (¡me podía haber dado con un canto en los dientes!), de haber entrado con firmeza en bolsa, dado que además, en realidad… ni siquiera había estudiado tanto. Os comparto aquí un párrafo de lo que escribí en su día:
«Es una puta mierda porque, honestamente, sé que podía haber conseguido la plaza y no he hecho lo suficiente. Si, podía escudarme en que solo he tenido cinco meses, pero sé que podía haber hecho más, y la he rozado. No lo dí todo. Como consecuencia, el día que salieron los resultados, me invadieron la rabia, la frustración, el resentimiento, los reproches internos, el remordimiento. Todas emociones humanas, feas, reales. Ese día emanaba oscuridad. Ese día me invitaron a salir, pero preferí quedarme en casa. Sabía que iba a ir cargado de ceniza, iba a amargar las fiestas, sabía que lo responsable, incluso lo sano y honesto, era concederme 24 horas, y en esas 24 horas, regodearme y revolcarme en esa mierda, hundirme de forma cegadora, estelar, caótica, abrazar con fuera y exudar todos esos sentimientos; en resumen, atravesar el proceso, para resurgir limpio y brillante de nuevo… (lo mismo, a la vista del párrafo que acabo de escribir, que acabo de leer, puede parecer que no lo he superado, pero os lo aseguro: estoy bien :P)»
Pero ojo, el caso es que, aunque no me dieron plaza, mi nota fue tan alta, ¡que me llamaron al siguiente curso para una vacante! Ese mismo septiembre me llamaron y me incorporé, para todo el año, en un IES bilingüe de un precioso pueblo de Córdoba: Luque. De eso ya si he hablado aquí; empezaba mi aventura como profesor en la docencia pública (maravilloso, intenso, y agotador a ratos, como pocos trabajos).
Luego estuve otro año en Pozoblanco, y ese año 2020, la pandemia (lo que llevó a retrasar las oposiciones previstas para ese año). Y ya al siguiente curso, me mandaron a la preciosa Almuñecar. Hablamos ya de 2020/21. Volvía a haber oposiciones; y esas, hamigo, esas fueron distintas…
Pero ya de las del 21, hablaremos en otra entrada. ¡Saludos!
Oposiciones Parte 1: El Origen
Oposiciones Parte 2: La sombra
Oposiciones Parte 3: Cancelado
Oposiciones Parte 4: ¿Tengo ya plaza?
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