Hola, que tal muchachada. Es verano y no me vais a leer casi ninguno. Pero este si, será hasta el momento el post más personal que he escrito nunca. Y eso que hay unos cuantos en liza, y otros cuantos que aún no ha llegado el momento de públicar, pero este, este post, es el que lleva escribiendose en mi cabeza más tiempo, desde que existe este blog. Quería esperar a llevar un tiempo trabajando, y dado que pronto se decidirá si me hacen fijo (o me echan) en mi presente trabajo en el que llevo de prueba cuatro meses, creo que es el momento de publicar esto.
¿Os acordáis que hace unos años escribí un texto que titulé ‘El post que no quiero escribir hasta que acabe la carrera’? Ciertamente, aquel no era ese post.
Es este.
(…)
Nací y me crié en un pueblo pequeño. En un lugar así, a poco que te salgas de la norma, no es difícil destacar o ser tildado de raro. Tanto si destacas por arriba como por abajo, eres rápidamente estigmatizado. Yo desde muy pequeño era bastante peculiar, y aunque tuve una infancia muy feliz, nunca fui popular en el cole. Eso era con los niños, claro. Problemas superados, todos ellos. Creo que los problemas que estoy teniendo ahora, era por la relación que tuve con los adultos.
Cuando era pequeño, todo adulto que me conocía se preocupaba de dejarme claro lo inteligente y brillante que yo les parecía.
Hoy me refiero a ese hecho de mi infancia sin un ápice de orgullo ni necesidad de fingir falsa modestia.
A día de hoy, esa supuesta genialidad no la encuentro por ninguna parte.
Mis padres, mis profesores, mis familiares, prácticamente todos los adultos a mi alrededor se quedaban regularmente sorprendidos con mis respuestas y conocimientos, impropios de mi edad. Esto es un dato objetivo y no pretendo sacar pecho sobre ello, al final lo entenderéis todo. Con cinco años ya dibujaba notablemente, con seis años estaba convencido de que podría descubrir algún sólido perfecto más aparte de los seis que ya había descrito Platón, a los siete años me sabía todas las capitales del mundo, y por muchos años estuve sacando notables y sobresalientes sin mayor dificultad, sin haber tenido jamás que hacer los deberes ni estudiar lo más mínimo. Entre otras cosas, porque por gusto ya me leía los libros al empezar el curso, libros que me dejaban con hambre.
Esto fue así, más o menos, hasta séptimo de EGB.
Además, nunca tuve la sensación perse de ser inteligente: yo me veía a mi mismo normal. En todo caso, -y sé que esto sonará bastante cabrón y soberbio por mi parte- no comprendía como a veces la gente no alcanzaba a ver o entender cosas que yo entendía como naturales e inmediatas. Sobra decir que era el objeto de burlas, el clásico nerd en el más amplio sentido de la palabra, ¡si hasta tenía las mismas gafas que Steve Urkel!
Insisto, nunca me creí realmente inteligente, por mucho que me dijeran ‘tu puedes llegar lejos’.
Pero pasó otra cosa mucho peor: llegue a creer que con mis capacidades, mis talentos y mi brillantez, lo tendría todo hecho.
(…)
Creí que nunca tendría esforzarme, mi supuesta inteligencia me proveería de un pavimento que haría de mi vida un paseo, pues yo sería capaz de saltar fácilmente sobre los problemas que suponían serios obstáculos a otros. Y por un tiempo ciertamente fue así, el tiempo suficiente para malacostumbrarme y no cultivar un hábito de estudio ni trabajo, nunca tuve que esforzarme para sacar todos aquellos sobresalientes. Pero como ya dije, no duró mucho: solo hasta séptimo.
Hasta entonces todo fue muy fácil. En séptimo de EGB pasó sencillamente de ser todo ‘muy fácil’ a solo ‘fácil’. Lo de ir al ralentí, como había ido hasta el momento, ya no me valía. Pero aquel curso, en vez de empezar a pisar un poco el acelerador y esforzarme por mantener la nota («esfuerzo», un concepto que me era totalmente desconocido), dejé que los ‘sobresaliente’ se fuesen convirtiendo sucesivamente en ‘notable’, ‘bien’, y ‘aprobado’.
El plan, o mejor dicho, el no-plan, era seguir con la inercia adquirida, hasta donde me llevase.
Los libros empezaban a tener demasiado texto y poca diversión, ya no tenía el mismo apetito por zamparlos al empezar curso -especialmente aquellos que no tenían que ver con lo que me interesaba, ya claramente enfocado hacia las ciencias-. Y sacar nota no era algo que se resolviese con ‘genialidad’ o ‘intelecto’ puro, sino que implicaba leer como mínimo al menos una vez aquellos libros, que ya dije, era algo de lo que empezaba a no tener ganas.
El resto del camino os lo imaginais: en sexto vino mi primera nota baja, en séptimo los primeros suspensos; en octavo, las recuperaciones… El paseo por el instituto fue farragoso y anodino, muy lejos de brillante (por aquello de no mezclarse y no ser el sabihondo incluso pisé algo el freno)… y bueno, esta parte de la historia es la que os resultará mucho más familiar, es cuando los profesores empiezan a decir aquello de
‘Eres muy inteligente, tienes mucho potencial, pero, ay, si trabajases más…’
Nunca desarrollé un hábito de estudio. Incluso supe que el orientador de mi instituto le dijo a mi padre: «es muy inteligente, pero si no le pones solución a su falta de disciplina, tendrá muchos problemas en el futuro». Selectividad la aprobé por los pelos y tarde, y los nueve años que tardé en acabar Diseño Industrial hablan solos. Los detalles, los antiguos del lugar lo habéis ido leyendo en directo desde que llevo escribiendo en este blog, desde 2005. Y ojala pudiese decir que me lo pasé de putísima madre todos esos años: si, sin duda ha habido muy buenos momentos con mucha gente, he conocido a mis mejores amigos -lo siguen siendo y espero que lo sean por mucho tiempo-, y me he metido entre pecho y espalda un Erasmus cojonudo…
Pero también ha habido muchas horas a solas delante del ordenador… haciendo literalmente el pollas. ¿Que qué decían mis padres? Claro que decían cosas, pero nos alejaríamos mucho de lo que quiero contar aquí. Y en lo que a mi respecta, andaba convencido de que, en lo que a la carrera se refería ‘cuando se me plantara en los huevos, la acabaría sin dificultad’.
Visto a toro pasado, no puedo decir que sacarse una diplomatura en Diseño Industrial fuera especialmente difícil (conozco gente especialmente poco brillante que también la tiene). Sacar una ingeniería, incluso una superior, no es un problema de inteligencia: era una cuestión de hábito de trabajo.
Esa filosofía y actitud ante la vida que yo llevaba, por supuesto, es insostenible mas allá de la finita subvención paterna. Aunque si, hubo un día el que hice click.
Ese día me llegó al quinto año (insisto, de una carrera de tres), un febrero de 2008 -poco antes de que escribiese esa primera parte de este post ya mencionada-, ese momento en el que te das cuenta que, o coges el toro por los cuernos, o no vas a ninguna parte. Y cuidado, que acabar esa carrera de tres años aun me costó otros cinco años más.
Se acababa lo de aprobar las marías para cumplir de cara a la galería, había que ir a por las asignaturas hueso. Y aquí empieza lo interesante: aun una vez hecho ese clic, el segundo lustro fue aprender a estudiar y trabajar, más que estudiar y trabajar en sí. A tener una tarea y echarle las horas necesarias. Convocatoria a la que iba, convocatoria que aprobaba, y con nota.
Pero eso solo fue al entender que mi ‘genialidad’, mi ‘inteligencia’, no me servirían de nada.
Solo fue al entender que NO HAY ATAJOS.
Al entender que aprobar, que lograr las cosas, solo pasa por hincar los codos. POR TRABAJAR. Cualquier otra cosa es hacer trampa.
(…)
Durante ese segundo lustro, pasé ese año en Dinamarca (ahí mi jugada: sacarme un segundo título, al final la cuenta de esos años casó algo mejor), en donde supe por primera vez lo que es estar una semana durmiendo una media cuatro horas diarias para cumplir una fecha de entrega. Y luego volver a España, y en mes y medio de verano, echarle cojones, y sacarme yo solo y desde cero -solo con apuntes y sin tutores-, dos de las tres últimas y grandes asignaturas hueso que me quedaban.
Y pensar ‘madre mía, si me hubiera puesto así desde el principio…’.
Y unos meses más tarde sacar la tercera asignatura, la última de la carrera, con un sobresaliente. Y aunque fuera solo para pensar ¿y ahora, qué?, al menos por un breve espacio de tiempo me sentí muy satisfecho.
Todo esto me llevó finalmente a la lección que en el momento de llegar a ella, me pareció la más importante de mi vida: aprender y comprender que aunque los ‘inteligentes’, los ‘talentosos’, los ‘brillantes’ sean raros, los realmente excepcionales son los que son los que, además de todo lo anterior, son trabajadores.
Diligentes. Audaces. Incansables. Determinados. Esos son los que realmente tienen una oportunidad de triunfar.
Ser apasionado de lo que haces sin duda ayuda (vamos, diría que es vital), pero la clave es estar también a aquello que no te gusta, que sin duda lo habrá. Y que aunque nada de eso garantiza éxito, no hacerlo si que garantiza fracaso. O cuanto menos, una trayectoria laboral anodina. Que nada es un paseo, que nadie da duros a cuatro pesetas y que, quien algo quiere, algo le cuesta.
Diez años… que digo, casi treinta años me ha costado realmente comprender algo, que tanta gente entiende como natural e inmediato.
¿Se aplica esto a mi trabajo actual?
Oh, si. No he hablado demasiado de él, porque ni tengo tiempo, ni quedaría bonico. Hasta vacaciones, me quedan unas semanas muy muy ricas (entro a las 6 am, y las tardes que me quedo, que están últimamente siendo muchas, suelo salir sobre las 7 pm), espero poder escribir a las claras de todo esto algún día, porque os prometo que estoy acumulando material para escribir de ello durante años.
Nos vemos.
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La foto debajo de la escalera no tiene precio xD
Ya que te pones a escribir frases en negrita, yo añadiría: «No se puede vivir de las rentas».
Un abrazo y enhorabuena por encontrar el «click».
Si bueno, si empiezo a sacar fotos… xD
Buen añadido con esa frase.
Y bueno, es curioso caer en que cuando escribí aquel primer post al que me refiero (y recuerdo bien el comentario que dejaste en su día), mas o menos coincide con el momento en el que hice clic. Es decir, que lo escribí a causa de él, y 6 años más tarde, he aquí el resultado. ;)
Abrazos y saludos!
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