Varias veces he intentado convencer a mi padre de que vea Juego de Tronos. Quitando lo de que pasa de tecnologías y de que como no le de yo personalmente al ‘play’ no ve nada, cuando le cuento de qué va la serie y por qué debe verla, me suele replicar con una respuesta bastante sensata: para ver una serie de fantasía (y eso que él disfrutó con El Señor de los Anillos), prefiere ver alguna que se base en hechos reales, como Isabel, Hispania, Los Borgia o Los Tudor. Al fin y al cabo, dice, esas se basan en hechos reales, y mientras todas estas series -incluyendo JdT- tratan siempre sobre lo mismo (luchas de poder y la miseria de la naturaleza humana), al menos, ya de camino, aprendes algo de historia.
Razón no le falta, pero la fantasía de Juego de Tronos, aunque no nos enseña nada histórico, nos hace un retrato de esa misma miseria de la naturaleza humana contándonos algo más, de una forma que la misma realidad histórica no nos permitiría si nos queremos ceñir a ella, sino con un relato hecho a medida. Y en el caso de G.R.R. Martin, como bien acierta este artículo, la gran historia que cuenta Juego de Tronos es la del cortoplacismo, la estupidez, la de la falta de miras; una historia de patadas hacia delante, de cuando lo urgente desplace a lo importante; una historia de procrastinación.
El ‘Brexit’
Yo, como imagino que muchos de vosotros, tenéis a alguien que vive/trabaja ahora en el Reino Unido. Yo mismo estuve allí trabajando un año. Y mi hermana, sin ir más lejos, lleva allí desde 2012 y no tiene intención de volver. El resultado del referendum del jueves levanta preguntas inmediatas ¿Podrá seguir viviendo y trabajando allí? ¿Necesitará visados? ¿Qué pasará con lo que ha cotizado hasta el momento?
Como con todo, depende de dónde se me pregunte, pero me considero totalmente ‘europeo’. Además del año que pasé en Birmingham, estuve otro en Dinamarca como Erasmus, y entre otras cosas, acabas con la sensación de que, estés viajando a Noruega o Hungría, sigues en el mismo patio, sigues en ‘casa’.
El que ha triunfado este jueves en Reino Unido ha sido el voto de la estupidez, de la ignorancia; el voto desde las agallas, de las emociones. El voto de la desinformación. Un voto basado en un rancio sentido nacional e imperial, mezclado con una amalgama de rechazo a la inmigración (cuando la mayoría de inmigrantes que provocan rechazo son de fuera de la UE, por no hablar de los directamente nativos del viejo imperio: indios y especialmente, paquistaníes), y un profundo desconocimiento de economía.
Parto de la base de que UK y la misma UE están, estamos mejor juntos. Pero los independentistas de UK, con ese englishman de excelente dicción llamado Nigel Farage a la cabeza, hablan de la clase política europea como una clase arrogante, elitista, alejada de las verdaderas inquietudes y necesidades de la gente. Esgrimen la falta de soberanía, nunca han tragado del todo a Europa, y frente a ese sentimiento visceral y que no atiende a razones, poco se puede hacer a corto plazo. Por estúpidos y rancios, ni siquiera son capaces de prever que su viejo imperio más que probablemente se vea desmembrado: Escocia ya pide un nuevo referéndum de independencia, y no es descabellado pensar que el Ulster se pueda integrar dentro de Irlanda. Por no hablar de Gibraltar.
¿Supone estar en Europa una falta de soberanía? Sin duda, al entrar en el club elevamos muchas de nuestras decisiones a Bruselas y el BCE. Pero como bien acaban de demostrar los ingleses, y también se les ha señalado insistentemente a los griegos, lo cierto es que la puerta de salida está ahí para quien la quiera. Tal vez no podamos cambiar las reglas del juego, pero podemos elegir si jugamos o no.
Creo también interesante subrayar que esta decisión la han tomado los ingleses A PESAR de lo que dicen los poderes financieros, lo cual es cuanto menos digno de una reflexión, y un buen apunte cada vez que en una conversación alguien diga ‘somos esclavos de lo dictan Wall Street y la City’.
No seré quien simpatice con la decisión del pueblo británico, pero aunque haya sido por décimas, el ‘irse’ ha ganado. Punto.
La democracia, como la entiendo, y estando muy lejos de ser un sistema perfecto (recordemos, es el sistema menos menos malo que hay) no es la victoria de la razón, ni menos aún el recuento de cerebros: es el recuento de puños, que es lo que realmente nos hace iguales a todos.
Seguro que habéis escuchado a muchos amigos vuestros, o vosotros mismos lo pensáis, que esta no es una decisión que se deba tomar en un referéndum, sino una decisión técnica, tomada por tecnócratas, por gente que sabe, igual que se hace lo que dice el entrenador, el chef, el sargento… y especialmente en el ejemplo de una operación a vida o muerte, el cirujano. Probablemente Cameron se equivocó al convocar al referéndum. Fue su primer error: una decisión cortoplacista (prometió el referéndum si ganaba las elecciones) que le ha salido rana.
Pero no es una decisión a vida o muerte: no hay ningún paciente muriéndose en la camilla, y seguramente Reino Unido alcance un acuerdo intermedio que le permita mantenerse en el mercado europeo (como Islandia o Noruega); y mi hermana, y tantos de vosotros, podréis seguir trabajando allí después de haber hecho unos cuantos papeleos. U os volváis a España, ¡que tampoco van a ser todo malas noticias!
La democracia, la libertad, es también el derecho a equivocarse, a ser un gilipollas sin que nadie desde fuera te pueda decir nada.
Supongo que os daréis cuenta que mucho de lo que estoy diciendo se puede aplicar también al caso catalán, al vasco, y a tantos otros independentismos (en la misma Andalucía, no falta quien se quiere separar de Sevilla). Hay un tema legal serio (la constitución española no prevé que ningún territorio se pueda separar, con lo que si alguien quiere separarse, antes hay que cambiarla), pero -me van a caer palos por esto-, y aunque definitivamente quiero que se queden con nosotros y creo que se equivocan al querer irse, creo en su derecho de autodeterminación.
En su derecho a irse, aunque no tengan razón, aunque estén equivocados, aunque sea peor para ellos, y para nosotros. Del mismo modo que un divorcio (con el marco legal adecuado), aunque doloroso, no requiere del permiso de ambos para que suceda (solo uno tiene que querer irse); del mismo modo que la libertad es del que se quiere ir, no del que quiere obligar al otro a que se quede.
Y claro que es una putada cuando el ‘irse’ gana por un 1%, y uno piensa en todos los que querían quedarse, y se sientan europeos, o españoles. Ante esto, a las lineas de arriba me remito, aunque sea por una cabeza, la democracia funciona así.
Pero hay un aspecto más relevante, mucho más importante, sobre lo que pasa cuando gana el ‘irse’, o incluso aunque no gane pero supone una fracción significativa. Este referendum, igual que misma existencia de los independentismos, nos están diciendo algo, un mensaje a la UE, o al resto de los españoles, algo que siempre pasa cuando alguien decide abandonarte: algo no se estará haciendo, o estará haciéndose mal, cuando no has conseguido seducir al que se quiere ir, cuando no lo consigues mantener a tu lado.
En definitiva, una lección, un trauma del que necesariamente hay que aprender, del que hay que cambiar algo, del que hay que mejorar y salir más fuertes.
Quiero seguir hablando del Brexit, de Donald Trump, de lo que mañana elegimos aquí en España (¿nos gobernará alguien a quien se le cuela la corrupción bajo las barbas, o un coletas inexperto, rojo y cabreado?), y finalmente, de los Caminantes Blancos que vienen desde de Más Allá del Muro. Pero como me ha salido toooo largo, pues vamos a la segunda parte.
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