En psicología, la «ley del espejo» dice que aquellas personas en las que reconocemos nuestros mismos defectos, nos provocan rechazo. Eso implica dos cosas; primero, que reconocemos como nuestro ese defecto, incluso cuando no es explícitamente y sólo lo reconocemos a un nivel subconsciente (a demasiadas personas les cuesta trabajo practicar ese ejercicio de introspección, honestidad y autocrítica con uno mismo); y por otra parte, que efectivamente rechazamos ese defecto y no lo aceptamos como una característica inofensiva más.
Creo ser el tipo de persona que tiene la sana costumbre de sumergirse en sus pensamientos, pasar mucho rato consigo mismo, y sin duda ser autocrítico. Dicho esto, creo que cabe añadir que el que uno sea consciente de sus defectos no implica hacer mucho por cambiarlos; puede ser como el fumador que sabe que el tabaco es malo y no le gusta que le guste, pero sigue sin dejar de fumar.
Antes de enumerar algunos de mis defectos, quiero insistir en no confundir estos llamados defectos con lo que amable y autoindulgentemente considero ‘características’. Por ejemplo, introversión y dificultad para entablar relaciones personales, patosidad/torpeza física, afán por el orden... ese tipo de errores con los que uno viene de fábrica y con los que a lo largo de la vida cada uno vamos desarrollando mecanismos de compensación. De hecho, cuando encuentro a alguien con las mismas ‘características’ que yo, suelo sentir simpatía por él, pues veo que vive con los mismos obstáculos que yo conozco tan bien.
Por el contrario, y ahora ya si, entre mis defectos reconocidos y con los que no vivo muy bien, sobresalen dos: mi lacerante impuntualidad, y mi profesional tendencia a la procrastinación.
Históricamente puedo también hablar de lo que técnicamente se conoce como pachorra y tocamiento de huevos en categorías olímpicas -no olvidéis que el que esto escribe no se sacó el título de ingeniero técnico hasta los 28-. No obstante, aunque sigo y seré siendo siempre una persona pacífica y tranquila, hace años tuve finalmente el placer de conocer mi ‘modo turbo’, una especie de super-yo que se mueve, hace, y va sacando las cosas adelante de forma si no eficiente, si al menos efectiva (Bienvenido a mi vida, versión-buena-de-mi-mismo, y gracias por existir). Alguien que resuelve y soluciona cosas. ¡alguien a quien incluso le gusta hacer ejercicio! para que veáis a donde hemos llegado…
La impuntualidad
Respecto a la impuntualidad, bueno, me han ido llegando artículos que explican y me ayudan a comprender y cuadrar por qué pertenezco a la escuela de los impuntuales crónicos: al parecer va cogido de la mano con lo de ser un optimista vital (de la cabeza a los pies, lo soy) y totalmente opuesta a una voluntad real de llegar tarde a los sitios. Cierto es que, aparte del desarrollo de un supersentido para apurar el tiempo que he acabado teniendo (improvisando y resolviendo problemas de forma sorprendente), cierta tendencia a trabajar bien bajo presión, e incluso cierta adicción al subidón que provoca coger el autobús después de esprintar unas decenas de metros, con los años he aprendido que con ciertas cosas no se juega: si bien sigo siendo laxo cuando se trata de llegar a donde ya a hay reunido un grupo de gente que ha llegado a su destino (y para los que en un sentido estricto, no soy imprescindible), hago lo necesario por no cometer la terrible falta de educación que es hacer esperar a una persona.
No obstante, reconozco que (y ojo a la terrible ironía), mi afán por apurar los minutos radica en que soy terriblemente celoso de mi tiempo: es porque es a mi al que no le gusta esperar.
Insisto, ojo, en que he evolucionado en esto. Si quedamos a una hora, allí estoy, y si llego tarde, aviso. No soy de los que te dejan media hora colgado por la puta cara -porque si, he sido de esos-.
Con lo cual, ya tenemos los mimbres del primer conflicto (supongo que ya os lo oléis): no soporto a la gente impuntual.
(…)
Si, así, en general, incluso cuando es a otros a quienes ellos hacen esperar (no me harán esperar a mi porque… si, habéis adivinado bien, si me lo conozco yo también llegaré tarde xD). El caso es que no trago a quienes me recuerdan a mi yo de hace unos años.
Y esto a mis amigos les sorprende. La gente impuntual (igual que yo), la gente con los huevos cuadrados, la gente que va dejando las cosas (otra cosa que sigo haciendo, que coño, maldito TFM), la gente que se aferra a cierto tipo de fantasías infantiles, y especialmente si tienen cierta edad (muchas de estas cosas las veo más disculpables en alguien de veintipocos), me ponen especialmente negro. Es decir, el tipo de personas que por esas razones a ti te suelen poner negro, a mi me ponen especialmente negro.
Y ojo, lo de la fantasía infantil (y creo que me conocéis bien) lo dice alguien que ahora mismo se debate sobre si publicar aquí otro artículo más sobre el vendaval que se viene levantando desde hace meses sobre la nueva entrega de Star Wars (y que sin duda cuando llegue el estreno caerá): el niño que hay en mi sigue siendo escuchado y está disfrutando como un cabroncete, como si fuera otra vez la puñetera navidad de 1997 con ese X-Wing que recibí y que ahora se repite en en forma de videojuego. Pero aunque esa es una faceta que no ignoro, es una más de la de alguien que ahora tiene otras preocupaciones, que trabaja mientras acaba sus estudios, y que quiere salir adelante y empieza a acariciar ciertas ideas, esas que hace unos años me parecían muy distantes (me hace gracia leerme), y que ahora, y viendo como andan algunos de mis amigos más cercanos, no me parecen ya tan lejanas (si, hablo de tener familia, hijos, toda la pesca…).
Con esto quiero decir que aunque recuerdo con cariño y no reniego de la época en la que yo era un friki hasta las trancas, y era feliz, con todas las letras, jugando horas y horas el mismo videojuego o volviendo a revisar fotograma a fotograma esa película que me sigue encantando, esa es una época, afortunadamente, pasada. No es que ahora ya no tenga tiempo (que es verdad que no lo dispongo ni mucho menos de tanto), es que además cuando lo tengo, es casi de lo que menos me apetece. Sigo repasando con placer ciertas películas, si, y sigo jugando un poquito, pero pasear al sol, quedar con amigos con unas cervezas de por medio, hacer ejercicio, leer, seguir enriqueciendome de otras maneras, son las cosas que como a cualquier hijo de vecino me apetecen ahora, más que encerrarme obsesivamente en lo mismo de siempre. Y supongo que cuando veo a alguien encerrado en ese mundo, entiendo que perdiendo las que ahora me parecen tan valiosas horas de vida -las mismas que yo siento que perdí-, y que lo hacen de forma obsesiva, en el mismo pozo, supongo, se me encienden ciertos pilotos de alerta.
Por supuesto, cumplir años, entrar en el mercado laboral, y que la vida te de algunos palos tiene consecuencias y no necesariamente malas: espabilar, que no viene mal.
Resumiendo: crecer, que es en buena medida de todo esto de lo que estoy hablando.
Y cuando veo que alguien no sale de ahí, ay…