(viene de aquí)
He dejado el día 16 de Octubre para el final, pero ¿por qué? Ya lo he venido adelantando (no sé si demasiado): por la sencilla razón de que fue el día más divertido, el más completo, el más curioso y sin duda, el más raro de todos. Empieza muy ricamente en el aeropuerto de Rygge, Noruega, y acaba de una manera peculiar en la alevosa nocturnidad de Berlín. Todo el Autumn Break estuvo bien, pero me apetece cerrar la narración dejando lo mejor para el final. Tan simple como eso.
(…)
Sábado, 16 de Octubre de 2010.
5:00 AM, nos hallamos en el segundo día del Autumn Break. De hecho todavía estamos en Oslo. Nos hemos pateado la ciudad, hemos hecho botellón en un Burguer King, hemos estado en un lugar bastante asqueroso, hemos sufrido el ataque de un personaje de la mitología noruega, todo ello bien detallado aquí, y ahora ya estamos, bastante bastante cansados, camino del aeropuerto de Rygge, a 60 km de Oslo. El avión partía a Berlín a eso de las 12 de la mañana, asi que habíamos pasado de reservar hostal (aunque la idea si era tenerlo para el sábado siguiente, que volveríamos a estar en Oslo, y que al final, no), y directamente fuimos a dormir al aeropuerto.
Nada más llegar, tuvimos un dilema: ¿pasar en ese mismo momento el control de seguridad, para no tener que preocuparnos más adelante, o dormir fuera? Elegimos dormir pasado el control, para evitar males mayores. Nos fuimos a la zona más apartada posible (justo en el parque infantil, donde el suelo de goma nos servía de alguna forma de colchón), y despues de acomodarnos, disponernos y asearnos (yo el último: a mi ritmo), tocaba cerrar los ojos.
El resto llevaba ya tal vez 20 min sobando cuando yo me dispuse a coger mi sitio. Todavía tardé un rato en coger la postura, encontrar la manera de que no me diera la luz en los ojos… después de un largo proceso, parece que al fin estaba dispuesto a dormir. Eran ya las 6 de la mañana.
(…)
Tal vez fueron segundos. Tal vez fueron segundos, los que pasaron entre que cerré los ojos, encarrilado ya en la autopista directa al sueño, y que un agente de seguridad me tocara en los pies para despertarme. Para avisarme a mi, y con ello al resto, de que debíamos despertarnos y cambiarnos de sitio. La explicación a toda esta movida, era que el control de seguridad había estado abierto solo porque en aquel momento había salido un avión de madrugada, pero dado que el siguiente no salía hasta las 8:30, la zona de seguridad iba a permanecer cerrada hasta entonces. Obviamente nadie podía quedarse.
Por supuesto nos tuvimos que acabar levantando, no sin demorar el momento tanto como nos fue posible. Yo estaba fuera de mi, cabreadísimo, cagándome en todo, sin poder creerme lo que estaba pasando… por supuesto, expresadolo de la más contundente de las formas: haciéndome el dormido, tanto tiempo como fuese posible. Tuvimos que pasar otra vez por los detectores, con toda la ceremonia… si si, rayos X, metales, cinturón y bolsillos fuera… eso para salir, y buscar entonces un hueco para debajo de las escaleras.
Y ahí ya, con relativa calma, hicimos lo que pudimos. Se puede llamar dormir, si quereis… pero vamos a dejarlo en que estuve 3 horas tumbado y con el cerebro desconectado. Yo a eso no lo llamo dormir, y mucho menos descansar. Me desperté roto, quebrado, congelado, con el brazo izquierdo más dormido que he tenido en mi vida, y con una mala ostia encima…, nada, nos levantamos a las 9, pasamos por tercera vez el control de seguridad, y pa’lante. Aprendida la lección, la semana siguiente de vuelta en el mismo aeropuerto dormimos mucho mejor, como explicaba aquí. Ya desayunamos, cogimos el vuelo, y nos plantamos sin más incidentes en Berlín, donde llegamos al aeropuerto de Schönefeld (el único realmente cerca de la ciudad que le da nombre de los cuatro que vimos)
Berlín
Una vez estamos aquí, supongo que es un buen momento para hablar del albergue en donde nos hospedamos: Globetrotter Odissey, en el 23 de Grünberger Strasse, por si os interesa. Mola, mola mucho. He de decir que los albergues en los que hemos estado en Praga, Budapest y Cracovia no se quedan atras, pero comparado con el otro que sufrimos en Londres en aquel Autumn Break, estába años luz por delante. Cálido, acogedor, bien equipado, limpio… completo. Y menudos desayunos nos pegamos: un verdadero acierto.
Una vez acomododados, salimos a comer en un kebab, que no nos dio muy buena espina (en Berlín de estos puestos hay todavía más que en España), y aprovechamos lo poco que quedaba de luz para acercarnos a ver milla y media de Muro que queda en pie, en lo que era la antigua zona comunista, y que tras la apertura de este, se invitaron a artistas de todo el mundo a llenarlo con sus colores. No son por lo tanto los típicos graffitis aleatorios que se podían ver en la otra cara del muro, sino autenticas y coloridas obras de arte (unas más alegres que otras, unas con más carga política que otras). La más famosa es tal vez la de este Trabant (el equivalente a nuestro Seat 600, típico de la RDA) ‘rompiendo’ el muro, pero ni de coña es el más bonito. El más pintoresco tal vez es la serie de caretas, en las que intenté hacer una serie parecida a esta (que es de unos amigos nuestros que estuvieron allí hace unas semanas) en nuestro caso haciendome yo responsable de la cámara reflex de Estefanía. Supongo que es la que se le ocurre a todo el mundo, aunque en el momento nos pareció una idea genial. Pero quisimos hacerlo corriendo, pues no era cosa de interrumpir a los peatones, y gracias a mi deplorable patanería, no fui capaz de echar una foto válida… pulsaba una vez, y lo que yo creía que era echar la foto, era solo el espejo moviéndose para enfocar. Si, con lo que me gusta la fotografía, no sé ni como se usa una reflex… nada, como soy gilipollas…
Nos acercamos entonces a Potsdamer Platz, uno de los downtowns que tiene Berlín, y de ahí Pariser Platz, donde tuvimos una visión nocturna de la Puerta de Brandeburgo, solo tras pasar por el Memorial del Holocausto. Y esa fue toda la visita turística que hicimos aquel día (que no fue poco). Lo que ya no sé, es si considerar ‘turismo’ lo que vimos a continuación, lo mismo se podía llamar así…
(…)
Era noche de Sábado, y queríamos salir. A eso habíamos venido (también). Poco importaba que tuviéramos sueño, que estuviéramos cansados… yo volvía a compartir una botella a medias con Edu, cosa a la que no estoy nada acostumbrado. Una de las opciones, que ya he mencionado varias veces, era ir a fichar para hacer el ‘Night Pub Crawl’ que organiza la misma empresa que hace el Free Tour de Berlín. Pero esa opción quedaría en la reserva (y aprendida la lección, fue la que tomamos al día siguiente). Una estudiante Erasmus que está con nosotros en Horsens tiene a su novio en Berlín, y como coincidía que estaban allí, les invitamos a hacer botellón con nosotros, en los mismos bajos de nuestro albergue, y aprovechamos para que este muchacho berlinés nos contara un poco como se desarrollaba la vida nocturna de Berlín.
Total, que en cierto momento de la noche, le hicimos la pregunta mágica: ‘¿Qué lugar nos recomiendas?’, matizando y aderezando la pregunta para facilitar una respuesta cómoda: ‘Si solo tuvieras una noche en Berlín, ¿a qué sitio irías?’
Claro, el nos respondió ‘¿Qué esperais, qué quereis?’, a lo que nosotros (supongo que) respondimos vagamente ‘techno’, ‘barato’, ‘pintoresco’, y/o ‘variado’, sin ningun orden en especial. Había una sala, llamada Matrix, a la que habíamos estado tentados a ir. Es justo a la que fuimos al día siguiente de Pub Crawl, justo lo que nos hubiera gustado, y justo la que, después de la (erronea) definición que le dimos al muchacho de lo que buscábamos, nos dijo que ‘no es ese el sitio que buscais’. Error…
Se mostró huidizo entonces, pues locales que reuniesen las características que le habíamos encomendado, había pocos. Entonces el colega nos dijo -‘Bueno… hay un sitio…’ Y nosotros -‘¡Cuenta, cuenta!’ -‘Hay un sitio… bueno, no es el tipo de sitio que a mi me gusta, yo no iría, pero como es lo que preguntais, os cuento’. Y ahora atended a la retahíla:
-‘Tiene cuatro plantas‘ -‘¡weee!’ -‘En cada una una música distinta’ -‘¡¡Weeee!!’ -‘La entrada es barata’ -‘¡¡¡WeeeeEEE!!!’ -‘La bebida y los chupitos más aún’ -‘¡¡¡¡WEEEEEEEE!!!!’ -‘Y dejan entrar A CUALQUIERA, da igual la ropa’ – ‘¡¡¡¡¡WEEEEEEE!!!!!’ -‘De hecho, lo único que no dejan pasar son armas…’ -‘ehhh… esto no sabemos como interpretarlo…. pero Weeee!!!!’
En aquel momento todos deberíamos haberlo pensado, ‘demasiado bueno para ser verdad’, pero lo cierto es que estábamos cegado por las expectativas. El chaval nos lo señaló, justo en el borde del mapa que todos teníamos. K-17, se llamaba el lugar, lugar que no olvidaremos nunca. Total, que allí nos dirigimos, a solo una parada de metro de distancia.
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La K-17
Creo que aquí hay que de nuevo pararse (pausa dramática) y explicar que se puede entender por ‘techno’. A estas alturas, es una de esas palabras, que de tanto usarlas, ya no sabemos muy bien lo que significa: igual que pasa con ‘friki’. En España, o al menos en el sur, mucha gente llama ‘techno/electronica’ sencillamente a cualquier cosa que no sea pachangueo. Claro, esto es a la gente que no le gusta la ‘electrónica’. Por tanto se suelo escuchar este uso como contraposición a cualquier cosa que no sean ritmos latinos, i.e. Shakira, Alejandro Sanz… la típica cosa que se escucha en los 40 principales. Así que en el saco del ‘techno’ ya puedes meter progressive, big beat, house, rave, breakbeat, punk... toda la gama desde Daft Punk, pasando por Prodigy, hasta lo que caiga más allá de Rammstein, que no os sé decir porque no es lo que yo escucho.
Bueno, pues si buscamos un poco en Internet, entre otras prendas la música que se escucha en el K-17 se define como: Hard Rock. Industrial. Gothic. Darkwave. Death Metal. Black Metal. Thrash Metal. Heavy Metal. Hardcore. Deathcore… Si otras veces ponen algo de música más suave, nos lo perdimos, porque aquel día lo más suave que tenían era Rammstein, y de ahí, todo lo que cae en adelante.
En fin, que imaginaos el percal. Ya nos estabamos inquietando al ver hacia donde íbamos, un polígono industrial, y el edificio, una antigua fábrica, con sus chimeneas y todo. Y más que nos inquietamos al ver como iba vestida y pintada la peña que estaba en la cola de la entrada. Pero imaginaos el panorama cuando entramos en la primera sala, y la que tienen montada allí.
Todos habéis visto Matrix, ¿no? Bien, pues como en los locales que se ven en las la primera parte y en Revolutions: ese era el cuadro. Mascaras de gas, latex, cadenas, cuero negro. Si nos cambiamos de sala, lo que nos encontramos es una panda de melenudos descamisados y sudoríparos agitando las cabelleras al ritmo de nosequién, invocando a Satán. Y en otra sala había tanto humo que no se veía el fondo. Definitivamente, habíamos llegado al nucleo, al corazon del Imperio de….
..De TechnoViking…
Y fue ahí cuando Edu soltó la frase de la noche, casi del viaje: ‘¡ESTO ES UNA FÁBRICA DE ATÚN! ¡VAMONOS QUE NOS HACEN PICADILLO!’
Por supuesto, nos quedamos.
Nos quedamos, que cojones, porque nos estábamos riendo, porque en el fondo estaba siendo bastante divertido. Lo único que allí los que desentonábamos eramos nosotros, no hace falta insistir en eso. Por lo demás, una de las veces nos fuimos a pedir un chupito, y dijimos ‘el más barato’. Whisky, de la casa. Que Horror. Es de lo que más me arrepiento de aquella noche. Pero ya digo, aunque no era lo que esperábamos, sabíamos que de esto nos íbamos a acordar. Muchas veces te lo pasas bien pero no lo recuerdas a la larga (o a la corta…). Otras veces como esta, bueno, las recuerdas para toda la vida. Definitivamente, el muchacho nos había traído a donde le habíamos pedido: barato, ‘techno’, variado, y sin lugar a dudas, pintoresco.
(…)
Hasta aquí, bien. El único pero inquietante de la noche fue que la gente empezó a desaparecer.
Empezamos once, o trece, contando a nuestra amiga y su novio berlinés. Hasta cierto punto normal: eramos muchos y el lugar grande. No era raro pensar que alguno hubiera dicho ya de volverse al hostal, realmente espantados por el lugar. Y claro, de trece pasamos a once, luego a siete, luego a cuatro. Llegó un momento en el que estaba solo con Alberto, Agus y Anna. Y estando en el patio central, después de pedirnos otra cerveza (¿y un perrito caliente?), volvimos a entrar a una de las salas (la de las máscaras de gas)… y ahí fue donde los perdí. O ellos a mi, no sé… la realidad es que aparentemente me había quedado solo…
Y yo, ¿tenía los teléfonos para llamar a alguien? Bueno, tenía LOS NÚMEROS, porque el primer día, cuando dijimos de intercambiarlos, con las prisas solo apunté los dígitos y me dije ‘luego ya con calma los guardo en la agenda’. Por supuesto, no lo había hecho. Eso por gilipollas… Así que no tenía a nadie a quien enviar un esemes preguntando un sucinto ‘onde pollas estáis?’, o similar. Así que volví dentro, di una vuelta, volví a mirar el resto de plantas, di otra vuelta por si estaba alguno de los otros, salí a la puerta, pedí permiso para que dejaran echar un vistazo y si no poder volver… Nadie, volví dentro por última vez… y no, definitivamente no había nadie: ya lo asumí. Estaba solo, había perdido a los míos, y visto el panorama, la única cosa razonable que quedaba por hacer era la lógica, la inevitable: irse a la cama.
(…)
El Retorno
‘Total’, me dije, ‘tengo el mapa, mi sentido de la orientación y mi inglés. No debería de tener problemas para volver’. De hecho, incluso hubiera sido viable haber vuelto andando. Mirando ahora el mapa (a toro pasado…), veo que son 2 km, 25 min andando, que es lo mismo que hago aquí casi todos los días para ir a la facultad. Y recuerdo llegar a contemplar la opción de andar la vuelta, y rebatirme a mi mismo décimas de segundo más tarde con la siguiente afirmación: ‘¡¡¡Ni de coña!!!’. Tenía un ticket de 24h para el metro, y pensaba usarlo hasta el último minuto. Así que era sencillo: Ir hasta la parada de Samariterstrasse, y allí ya vería que hacer. Coño, y llegué.
Como ya he dicho, el mapa que tenía poseía una cualidad fantástica: el K17 caía justo en el borde, al igual que la parada del U-Bahn en Samariterstrasse. Todo lo que quedaba al este de aquello era terreno inexplorado, sin cartografiar. Y bueno, ya sabéis el desafío que es (es casi divertido, porque tienes que poner todo tu ser y tu intelecto en ser capaz de descifrar el mapa y la calle en la que te encuentras), de ir mirando cada esquina, corroborando que iba en dirección correcta. Recuerdo parar a un polaco para preguntarle, que por supuesto iba igual de cocido que yo, y estar charlando cinco minutos con él, sobre lo guapo que estaba Berlín y no se qué más. Nos despedimos deseandonos suerte: el joio también iba en busca de algún lugar, y estaba igual de perdido que yo. Pero lo conseguí, llegué a Samariterstraße*. ¿Y ahora?
*esta vez lo quiero escribir con la eszett porque molo, qué pasa.
Permitidme un inciso. La verdad, normalmente tengo buena orientación. No es por echarme flores, la calificaría de ‘bastante buena’, pero coincidireis conmigo en que no es algo que se preste a grados: la orientación se tiene, o no se tiene, punto. Normalmente de un vistazo en un mapa soy capaz de saber casi instantaneamente donde estoy y a donde me tengo que dirigir. Y eso es así, no necesito que alguien más me lo diga para saberlo, ea. Pues aquella vez, no. No me funcionó. En el mapa estaba claro: debía dirigirme en a Frankfurter Tor. De hecho, era la siguiente parada. Miro las flechas en el metro, miro las indicaciones, y lo veo claro. Frankfurter. Frankfurter Allee. Es la siguiente parada. Es la mía. Amos pa’llá.
Total, cojo mi metro, me bajo en la siguiente parada, como debía de ser, y salgo a la calle. Estoy en Frankfurter Allee, tanto el nombre de la parada de metro como de la propia avenida. Todo correcto. Solo tengo que seguir andando, mirar el mapa, y corroborar que las calles perpendiculares a Frankurter Alle son las que aparecen en el mapa. No lo son. Sigo andando. Achaco la discordancia a que me hallo fuera del mapa (¿¡!?): todo era cuestión de andar lo suficiente, y cuando entrase en el mapa, las calles empezarían a coincidir.
Por lo demás, no era un mal barrio, con pinta de destartalado ni nada. Todo lo contrario. Era una fría y ancha avenida, con generosas aceras y pasos peatonales a ambos lados, rodeada de edificios de oficinas, hospitales, sucursales de bancos y cosas por el estilo: pero no se veía un alma. Que sí, que es normal a esas horas… ¿normal? A ver, era un sábado por la noche, alguien tendría que haber vagabundeando, ¿no? Nadie. Nadie, nadie, nadie. Un nadie de esos de los que inquietan, de los que acojonan: ¿habrán abducido a la población mundial? ¿Es esto ‘Abre los ojos’? Pero nada, yo seguí andando, andando, andando. Llegó un momento en el que incluso dejé de mirar las calles, pero reconozco que está parte ya está borrosa para mi. Lo que si me acuerdo es que ya entonces estaba pensando ‘esta es una buena historia, andando a las tantas de la madrugada en Berlín…’
Recordad que solo habíamos dormido 3 horas en el aeropuerto, que veníamos de botellón de la noche anterior, y que esta nos habíamos metido una, si cabe, mayor. Puestos aquí, imaginad el cuadro. Solo. Cansado, reventado: caminando sobre muñones en vez de pies. Con un frio del carajo. Con un trancazo increible. Y por encima de todo, muriéndome de sueño.
Así que llegó un momento en el que empecé a cerrar los ojos.
Viendo doble por las calles de Berlín.
Las primeras veces lo hacía conscientemente, casi para hacer el ganso, que creo que todos lo hemos hecho alguna vez: me decía ‘bueno, los cierro unos metros, y cada 10 segundos los abro para corroborar que voy recto y por buen camino’. Y eso funcionó. Un tiempo.
Insisto, a todo esto, yo seguía caminando, con los ojos cerrados, abriendolos a intervalos controlados. Pero llega un momento en el que, con el sueño, dejas de cerrarlos a propósito: ya se te cierran solos. Igual que a veces estás delante de los apuntes, del ordenador, a veces (horriblemente) incluso conduciendo. Tienes microsueños. Cierras los ojos durante unos segundos, te pesan los parpados. Si, llega un momento en que los abres, ¡pero no recuerdas haberlos cerrado! Te has quedado dormido como un hijodeputa. Y eso fue exactamente lo que pasó. Una de las veces cerré los ojos. Y ya no los abrí.
No los abrí hasta que me comí un bordillo.
Me comí un bordillo, que daba a unos arbustos, que separaban la zona peatonal de la propia avenida. Había estado andando. Había estado andando dormido.
Había estado andando dormido, unos 50, quizás 100 metros, quizá más, hasta que llegó un momento en el que, aleatoriamente, me puse perpendicular al sentido de la propia calle. Andando dormido hasta que me comí un obstaculo. No me llegué a caer, fuí rapido de reflejos, pero la cicatriz de la rozadura existe, y hay fotos (¿hacen falta? son asquerosas, si las pedís las cuelgo en comentarios). La suerte es que había un banco, había un obstáculo que me hizo tropezar, despertar, pero lo siguiente era el mismo asfalto, la carretera. Os preguntareis ahora ¿pasaban muchos coches? ¿Iban rápido?
Pues miren ustedes, llegados a este punto debo ser honesto: estoy partido entre acabar la historia como merece, o contenerme. Porque no me apetece hacer pasar un mal rato, porque si, a quien sé que va a acabar leyendo eso (si, me refiero a mi madre, porque lee esto…). Probablemente ya he hablado más de la cuenta, pero mi límite está aquí. Así que dejemoslo en este punto: iba directo a la carretera.
(…)
Ya me espabilé. Incluso, el mismo hecho de haber ‘dormido’ me había ayudado a despejarme. Eso, y el susto, claro. Me centré unos segundos y miré la situación de manera global. Me había perdido, había que asumirlo, y tenía que encontrar a alguien que me lo aclarase. Me crucé con un tío que me ignoró igual que se ignora a un vendecupones, y al final vi una gasolinera, donde el dependiente me corroboró lo que hace tiempo debería haber sospechado: que me había equivocado de parada, que tendría que haber ido en sentido contrario, que tenía que deshacer el camino hecho (al final anduve más que si me hubiera ido directo desde la K17 al albergue: de hecho andando avancé otras dos paradas de metro, casi hasta Lichtenberg), y que debía coger de nuevo el metro e ir en dirección de Frankfurter Tor. Es lo que hice, me monté de nuevo en el metro (a todo esto, ya con el ticket caducado, cosa que no supe hasta días más tarde: la multaca pueden ser 600€), y ya en Frankfurter Tor me aseguré, preguntando a varias personas, de ir en la dirección correcta (por suerte ya era un lugar concurrido). Y cuando llegué al albergue, todavía seguía creyendo que yo había sido el primero en llegar.
Unos cojones. Estaban allí ya todos durmiendo, llevaban horas allí. Eso solo se esclarecería más tarde, pues pedazo a pedazo reconstruimos la historia de cada uno, pero jamás, en toda la noche, tuve idea en momento alguno de qué hora era. De hecho, al llegar creía que serían las 3, las 4 a más tardar. Eran pasadas las 6. Había estando perdido casi dos horas. De hecho, Alberto, Agustín y Anna habían estado un rato más dentro de la K17, y todavía les quedó marcha para acercarse a otro sitio, según me han contado luego. El resto, efectivamente, se había empezado a descolgar mucho antes, y hasta estaban frescos y bien descansados a la mañana siguiente. Como es evidente, no era mi caso. Yo dormí tres horas, a las 9 se estaban levantando, y sencillamente yo no me lo podía creer, no podía creer que eso estuviera pasando. ¡Era igual o peor que la mañana anterior en Oslo! Me planteé no ir al Free Tour, ya iría otra vez, ya iría más tarde, ya les alcancaría. Como ya sabemos, me levanté, me duché, desayune y allí estuve, en pié, como un campeón, disfrutando, y arrepintiendome de siquiera haber llegado a pensar en no levantarme. Porque como ya sabeis, Berlín me flipó. Me flipa. Pero yo puedo decir que ha andado dormido en Berlín.
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En fin, hasta aquí ha dado de si el Autumn Break. Desde luego, podía contar más historias, más historias de Erasmus, más historias de otros viajes, pero otro día, eh.
Para despedirme: agradecimientos a todos los que me han apoyado y dado ánimos durante la dura travesía que ha sido redactar este diario y sobre todo, arreglar y procesar (tambien conocido como ‘Photoshopear’ ©) las más de 1700 fotografías que componen todos los panoramas y HDRs que habeis visto.
Ahora en serio: Gracias especialmente a Izaskun, porque además de haberse preparado las visitas, rutas y horarios (aunque en esto no fue la única) fue ella la que hizo de locomotora, la que a base de infinita paciencia y por supuesto de malos ratos, estuvo tirando de nosotros todo el viaje. En el Interrail me colocaron el cetro de guía durante apenas diez minutos, y lo digo: ‘Nunca máis’. Es jodidamente agotador. Y como ella me reconoció en cierto momento, a pesar de lo que se puede pensar leyendo esta crónica, y mi crónica resistencia a despertarme, no fui yo quien más problemas le dio (más bien al contrario, eh, yo soy muy buenecico). Así que doblemente, lo reitero: gracias por obligarnos a hacer el viaje como lo hicimos, porque si no es así, sé que no hubiéramos visto ni una tercera parte de lo que vimos ;)
Hale pues nada, hasta aquí, bien de Autumn Break. A mi todavía me quedan aquí casi cuatro meses de Erasmus, pero tengo bastantes más ganas de escribir que en el primer semestre, así que no dudéis que nos vamos a leer más a menudo. ¡Agur!
(…)
La foto del retorno: de vuelta en Horsens
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Y Moss nos había dejado este cuadro :)
(…)
Episodios publicados
2. Los Trolles Noruegos (Oslo)
3. De muros, búnkeres y ‘Ampelmänn’ (Berlin, I)
4. ‘Mind The Gap’ (Londres, I)
5. Dorling Kindersley (Londres, II)
6. K-17, Día 0 (Berlín, II)
Para los facebookianos: la prueba por si alguna guardaba dudas :P
(las fotos son de diez días después=)
http://www.raciondepersonalidad.es/wordpress/wp-content/uploads/PA252111.JPG
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