*Jacinta es un nombre ficticio, porque ya sabemos lo que puede pasar.
Ahora que «está de moda» (mi hermana la hace esta semana que entra), contaré como fue mi selectividad. Creo que es una historia lo suficientemente interesante como para molestarme al menos en escribirla. Siempre ha habido escarceos con los profesores y siempre los habrá, todos hemos tenido uno o más de uno. Este, es el mio.
Bien, me voy a remontar brevemente unos años atrás. Yo era un alumno de los buenos (muy vago, pero sacaba buenas notas). El caso es que en matemáticas era especialmente bueno… hasta que llego un profesor, Eustaquio*. Toda una personalidad, una historia larga y también digna de contar, aunque no es en la que me quiero entretener ahora. El caso, es que lo tuve por dos años (4º de ESO y 1º de Bto), años en los que no aprendí nada de matemáticas. Ni ecuaciones, ni derivadas, ni diferenciales… Al llegar a segundo de Bachillerato, el nivel que nos metieron de matemáticas fue supremo. Lo asimilaba a duras penas. Yo resolvía los problemas, veía las ecuaciones y las entendía, pero llegados al examen, no era capaz de expresar convenientemente los desarrollos, a pesar de acertar las respuestas. Jacinta, la profesora que tuve ese año, me suspendía por ello una vez detrás de otra.
Jacinta, bueno, menuda prenda, era una mujer de unos 60 años, al parecer vivía sola con su madre, se había quedado soltera, y en especial no era agraciada físicamente. Era ademas una mujer recta, de estricta educación religiosa, y una persona que además arrastraba gran inseguridad en si misma. Un personaje, sin lugar a dudas, al que en cualquier caso le teníamos bastante respeto.
En fin, a lo largo del año fui evolucionando, ya lo creo, cada examen sacaba medio punto más, un 2, un 2,5… al llegar la primavera conseguí aprobar uno…
Por entonces fue cuando hicimos el viaje de fin de estudios a París. Multitud de gamberradas, multitud de historias y un vídeo con mi cámara recién comprada que sirvió para todos de recuerdo excepcional. Bueno, el caso es se nos quedó una frase, no recuerdo ni quien la soltó pero la repetíamos constantemente para hacer la gracia. La frase era «todos los porros te los fumas». Una frase absolutamente inocente, sin ningún matiz agresivo-ofensivo.
Un día como cualquier otro, haciendo el penco en los descansos entre clase y clase, la gente se ponía a hacer el gilipollas en la pizarra, a tirarse las tizas… Estábamos allí, tres o cuatro, uno escribía una cosa, el otro la borraba, uno ponía un chiste, o un dibujo de una polla, lo típico. Yo puse la frase de moda, «tos los porros te los fumas», y alguien escribiría algo, medio se borró, y quedo la palabra «…Jacinta…». Así, quedaba «Jacinta, tos los porros te los fumas».
Jacinta llegó en ese momento. Nos sentamos, abrimos libros, y de golpe alguien lo lee, dice «ostiaa..!», Jacinta se dio la vuelta, lo vimos todos, y entonces se hizo el silencio…
La cara que puso la jacinta pasó a la historia. Mas que rabia, o histeria, vi dolor en su rostro. En ese momento yo ya tenia la sangre helada. Entonces con gran indignación, miró a toda la clase, y dijo, en voz baja y tranquila: Quien ha escrito esto.
Silencio sepulcral. De nuevo: Si no sale a la luz inmediatamente quien lo ha escrito, -suspendo a todo el mundo-. El tono, os lo aseguro, era para tomarla muy muy en serio…
Asi que, le eche cojones, y salí. Me miraron todos, como diciendo ¿Rufo?¿el buenazo de Rufo?
Lo borré, y Jacinta me dijo: -Vale.
Menudo vale me dijo, chavales…. Me senté de nuevo, acojonado. Por suerte allí tenia a Pili, una buena amiga, para decirme lo valiente que había sido por salir y decirme que no me rallara más, que no había sido nada.
Por supuesto, al acabar, salí detrás de Jacinta, para disculparme, expresarle mi pesar e intentar explicarle el malentendido. No era mi intención quitarle hierro al asunto, desde el principio fui consciente que algo tan ubicuo e ingenuo como un porro era explosivo si se vinculaba a una personalidad-educación como la de Jacinta. Al acercarme e intentar disculparme, ahora solos y apartados, me contestó con un gran desaire «¿Por qué me tienes que ofender así? ¿por qué me tenias que decir eso? ¿no te he respetado? ¿no os he respetado a todos?
Yo confiaba en que tú eras una buena persona…»
Siguiente examen. Un 1. Final del trimestre. Un 1. Examen de recuperación. Un 1. Rufino, suspenso en Matemáticas. Aun queda la evaluación con los profesores. Algunos, que me tenían algo de estima, intentaron convencerla. Fue imposible. Mi padre, que fue profesor en ese mismo instituto, y conservaba amigos (un poco de enchufe, hay que reconocerlo), habló con ella. Nada. Suspenso en Matemáticas. Rufino, hijo de Rufino el profesor, no iría a Selectividad junto a sus compañeros. Debería de aprobar aún en Septiembre y esperar a entonces a hacerla.
Sobra decir, que desde el incidente y hasta el final, estudié matemáticas como un cabrón, y esos exámenes estaban más que aprobados. Aun me quedaba el verano…