Las Oposiciones (Parte 4 de 4): ¿¡Tengo ya La Plaza!?

Antes, que nada, no se me asusten, no he escrito antes por meras cuestiones logísticas y de compromisos familiares (lo que tiene guasa, lo bien y directos que me salieron los primeros tres post, para dejar en el total cliffhanger a cualquier aventurado lector que se pasease por aquí).

Ahora ya, sin más dilación

Bueno, ahora ya lo sabéis: he aprobado las Oposiciones y soy un don señor funcionario (en prácticas).

Estos días anteriores, sin tenerlo planificado (aunque todo estaba en mi cabeza y ha sido rápido escribirlo), os he estado contando como ha sido todo este proceso (CINCO AÑOS EN TOTAL). Ahora, estoy en disposición de contaros cómo ha sido el proceso de este año (¡que también ha tenido sus peculiaridades!), y cómo es el panorama que se me presenta a continuación.

La margarita del destino: tengo plaza/no tengo plaza

Creo que ustedes queridos lectores, si son sagaces y me conocen una mititilla desde 2005 que llevamos escribiendo en este bloj, deberán saber que de nuevo y para sorpresa de nadie, no he sido un estudiante ejemplar. Incluso teniendo mucho a favor: no teniendo compromisos familiares ni personales, estando en un lugar tranquilo y sin distracciones, suficientes años ya de experiencia y tablas, y las lecciones aprendidas de haber pasado por dos oposiciones antes, lo que redunda tanto en conocimientos concretos del temario, como en saberes nivel emocional y estratégico/táctico/operativo.

En mi contra: yo. Y la desidia, y la falta general de motivación. Y la quemazón. Y el miedo al fracaso y que te vuelva a doler tanto (hace difícil que te entregues igual). E incluso, ojo a lo que voy a decir, cierto síndrome de Estocolmo; cierta sensación de secuestro por ser un eterno opositor; como que se me había olvidado como era la vida sin tener que estudiar, e incluso le tenía cierto miedo al vacío una vez completado este objetivo, ¿es posible que en cierto momento me estuviera auto-saboteando?

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Las Oposiciones (Parte 3 de 4). Cancelado.

Cancelado.

Cuando la Junta de Andalucía nos comunica informáticamente a los docentes interinos nuestro próximo destino, lleva algunos veranos teniendo la curiosa costumbre de enunciar que has cumplido con todas las formalidades burocráticas en negativo. Es decir, en vez de declararte como “Admitido” y debajo poner “Si”, te encuentras con un “No” como respuesta a “Excluido”. Ese es el primer microinfarto. Imagínate además la situación de algunas de mis compañeras ese año: como destino les aparece “Cancelada“. Infarto total. Lo que tal vez ustedes no sepan es que Cancelada era una antigua colonia agrícola (sus cortijos decimonónicos que aún se mantienen en pie) flotando en lo que por otra parte es hoy una interminabilidad de urbanizaciones, chalets modernos y campos de golf perteneciente a la localidad de Estepona, en la Costa del Sol, a medio camino entre dicha localidad (a 15 km de ella) y Marbella.

Tres horazas largas de coche, y que solo pilla de paso… si quieres ¿invadir Gibraltar?.

El caso es que fui para allá muy escéptico. Es curioso cómo funciona el cerebro, miraba el mapa (pega a la provincia de Cádiz), ¡y me parecía lejísimos!. Aunque ya fui profesor el año anterior en Almuñecar (y me enamoré un poco), siempre he sido un chico de interior, y el supuesto encanto de la Costa del Sol nunca se lo encontré. Buen clima, si, pero me parecía un lugar un tanto deshumanizado, con alma de ‘terminal de aeropuerto’, listo para atraer turistas adinerados del Norte y Este de Europa. Mucho chalet, urbanizaciones diseminadas, alojamientos turísticos, conurbanizaciones sin personalidad, sin caminos ni aceras para pasear… Para colmo unos precios de alquiler desorbitados, y una carretera, la Autovía del Mediterraneo, criminalmente sobreexplotada (si aprendes a conducir allí, entre coches alemanes de color negro, sabrás desenvolverte en cualquier sitio -de España al menos), y dónde uno es testigo de todos los abusos urbanísticos que sucesivos gobiernos del Jabba del Jacuzzi y acólitos perpetraron durante tantos años.

¿Me gustaba el sitio? No. ¿Me gustó el Instituto? Me encantó.

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Las Oposiciones (Parte 2 de 4). La Oscuridad.

(Viene de aquí, donde hablo de cómo fueron las primeras oposiciones de 2018, y un repaso general a cómo han sido estos años).

Las oposiciones de 2021 fueron distintas a las de 2018, porque sin duda podía decir que iba mejor preparado. Tenía ya experiencia docente; y eso es bueno tanto porque me colocaba mejor por puntos, como porque ya sabía cómo es realmente una clase y estar en el frente de batalla, cosa que cuando me presenté en 2018 era totalmente ignorante y analfabeto. Y también empecé a estudiar antes, y con la ventaja de que no era la primera vez. Lo único malo, es que se ofertaban menos plazas; ¿sería la mía?

La procrastinación, vieja amiga.

Hablemos entonces de la procrastinación, que ya nos conocemos.

¿Empecé a estudiar en Septiembre? Naaaah… Llegan las navidades y se van igual, y tal vez hasta febrero no empecé sistemáticamente todas las tardes a echar un rato, y solo adquirí la velocidad de crucero en abril. (Si no tenéis ni idea de qué hablo ni de cómo funcionan una Oposiciones, podéis enteraros en la primera parte de esta serie)

Pero al primer exámen llegué preparado, incluso se me humedecieron los ojos cuando vi “las bolas”: salió el tema 20, uno de los míos. Conseguí un 8 con ese tema. En la parte práctica de problemas, algo menos: un 5 raspado. Aprobado y pasaba a la siguiente fase, pero no acababa de ser algo para tirar cohetes. La verdad, ese cinco me desanimó.

Y entonces vino mi fallo, mi pecado. Bajé los brazos.

Ya desde el principio, calculé mal mis energías, como si el primer examen fuese la meta, y no una de las metas... como si se me hubiera olvidado que aún quedaba un segundo objetivo a superar, una segunda montaña a escalar.

Llegué a la segunda prueba con todo cogido con pinzas. Remoloneé y perdí el tiempo, en esas casi tres semanas preciosas que hay que aprovechar endemoniadamente. Dormí poco y mal la noche anterior…

Muchas cosas salieron mal en la presentación. Una, creo que no ayudó mi actitud de ‘desembarcar’, tan trajeado (fuí con americana como a una entrevista de trabajo, ¡en Julio!), dejando caer demasiadas veces que que yo ya estaba en la docencia, que ya era del gremio. Hice una defensa de la programación sin cagadas pero tampoco nada destacable: estimaron que valía un 6. Y inmediatamente después, una defensa de la unidad didáctica que no me preparé nada. Y eso que vale el 70% de la nota. La presenté en 15 minutos, de los 30 que tenía. Deslavazada, desorganizada, sin ensayar. Improvisada, que es el peor pecado.

Me pusieron un 4.

Haciendo la media, eso es un suspenso. Me eliminaban del proceso.

Lo peor, es que lo del 4, tardé una semana en saberlo. Quiero decir, que no lo supe al acabar, no fui inmediatamente consciente de que había hecho una puta mierda. Me sorprendió el suspenso cuando se publicaron las notas porque yo acabé honestamente creyendo que no lo había hecho tan mal. Creía que había hecho correctamente, que lo llevaba bien… que aquel churro era bueno, cuando hablamos de algo que realmente debe estar firme, bien empaquetado, presentado como un proyecto serio, pensado, planificado, sólido… ¡Incluso sostenía en mi cabeza, que lo había hecho mejor que en el 2018, que me pusieron un 7,5! No, suspendí, y lo peor es que me sorprendió.

Hubo personas, tesoros, que quisieron consolarme, ‘es el tribunal’, ‘es que es cuestión de suerte’, ‘lo mismo no estaban de humor y ya está’… Fue un familiar mio me lo comunicó, que se acercó a ver el tablón. No has pasado.

Has suspendido.

Me pitan los oídos.

Todavía tardó en llegar el dolor, pero empezar a pensar, piensas inmediatamente en lo que significa. Primero aclaremos: en la práctica, no significa nada. Desde el punto de vista de un interino que ya tiene tiempo de servicio, es igual aprobar sin plaza (que hubiera sido el resultado más probable). Te quedas igual, sigue siendo interino, y te seguirán llamando (aunque para algún sitio más lejos, como se vería más tarde). “¡No te vengas abajo, que no importa!”

Empiezo a ver las estrellas.

Pero a nivel interno, emocional, es demoledor. Tarda unos días en asentarse, pero es que no te han dicho un ‘pasas, y ya veremos’. No. Te han parado y te han dicho: No Vales.

Ahora me rio, pero me acuerdo que entonces lo sentí como una ‘caricia’ de Bud Spencer

El portero no me ha dejado entrar en la discoteca. Yo quería entrar, ya sabía que probablemente no me iba a comer una rosca, pero también sabía que llegar ahí era difícil, así que solo pasar ya era un logro y estaría con la conciencia tranquila. Pero no, me pararon en la puerta.

El lobo de la depresión asoma

Esta parte es difícil de explicar y aún se me atraganta. Tuve el apoyo de amigos y familia, pero sé que para mi padre, esto también fue un palo. Salí varias veces ese verano a ver a amigos, obligándome a mi mismo pues sabía que era necesario y sanador, pero me costó horrores. Gané kilos, y me volví totalmente pasivo y autoindulgente, ese verano no hice absolutamente nada más que no quisiera hacer.

Verano de sombras

Me vinieron entonces muchos pensamientos negativos. También alguno positivo, a continuación los exploraré con vosotros también. Pero los primeros, los sentimientos negativos, estaban dominados por la sensación de humillación y de derrota. No es lo mismo aprobar sin plaza (‘vales, pero no has llegado’), que además, suspender: te están señalando, casi como un apestado, o así lo sentía yo al menos. Y sobre todo, también era una señal, el universo me hablaba.

Me decía: “ASÍ, NO”.

Me estaban diciendo que mi desorden, mi caos, mi tendencia a la improvisación, a hacer las cosas a última hora, de forma inconstante y con exabruptos y espectaculares triples con tirabuzón, no eran aceptables ni podían continuar. Que así no soy digno ni de una plaza de oposiciones, ni de mantener relacionas humanas cercanas, sanas y consistentemen constructivas, ni de muchas otras cosas. Que la ausencia de un sistema no es un sistema válido.

Todo se me vino encima, pensé por supuesto en asistir a psicólogo, ¿lo hice? ¡Por supuesto que no! Error que no voy a disculpar ni soslayar; apoyo y defiendo que la gente pueda ir y vaya a psicólogo como quien va al médico de cabecera, pero no fue mi caso, no encontré el momento. Entre otras cosas, al lugar donde me mandarían no me lo puso fácil en ese sentido (bastante lejos, ya lo veréis), y esa distancia tampoco me ayudó a mantener relaciones cotidianas con mis amigos, familia, etc. Me aislé mucho, al menos al principio, lo que en esta situación es un error total. Y me atormenté, por mi neurodivergencia, por mis más que probables Asperger y TDA* sin diagnosticar ni tratar, mis malos hábitos de horarios, de comida, de falta de puntualidad, de incapacidad de seguir un plan que yo mismo he trazado…

Toda mi vida me había ido funcionando eso de hacer las cosas a última hora, me servía para ir tirando. Pero había que cambiar cosas: ya no valía más.

*Aclaro que lo de mis supuestos Asperger y TDA ni están diagnosticados oficialmente, ni me los invento del todo, ni sobre todo, los uso como excusa. Tal vez lo responsable sería ir a un psicólogo a mirármelo; pero, además de haber leído suficiente, como docente he tratado ya con suficientes alumnos, tutores y departamentos de orientación, como para saber que ‘esa misma cosa que dicen que tiene este alumno y está documentada’, la reconozco y he reconocido de siempre en mi mismo…

¿Caí en una depresión? No lo dudo.

Insisto, los meses que siguieron al verano de 2021 fueron meses sombríos. Encontré alguna cosas, algunas personas y eventos que me ayudaron a alegrarme, y también yo mismo supe detectar el momento en el que tocaba decirme ¡basta de revolcarse en la mierda! Con todo, siempre he solido ser una persona alegre y optimista, y aparte de cierta ganancia de peso, no llegué a tener pensamientos autodestructivos y mucho menos suicidas. Pero insisto en que el aislamiento que tuve esos siguientes meses no ayudó. Y esto es interesante, pues respecto a la depresión, recuerdo tener el siguiente pensamiento: toda mi vida me resultó incomprensible que la gente pensara en suicidarse. De joven siempre me pareció un pensamiento remoto, casi alienígena. Pero esos meses recuerdo pensar “me sigue resultando un pensamiento alejado, pero ahora entiendo que la gente lo considere e incluso lo haga”. Entendí que alguien sumido en ese estado de desánimo, de derrota (mucho más que el mío), lo contemplase como opción legítima.

Y aún más, cosas que no he mencionado: también se me vino encima el fin de una relación sentimental de tres años; aunque la ruptura fue la navidad anterior, no me vino todo hasta acabadas las oposiciones. Y también, que vas cumpliendo años (la cifra de 37, por lo que sea, me sentó especialmente mal, como que ya ni la más generosa de las definiciones de ‘joven’ que yo mismo hacía, podía abarcar esa cifra).

Y vamos a acabar de rematarlo: aunque sin mayor novedad en septiembre me llamaron para cubrir una nueva vacante (algo de lo que no me puedo quejar), me mandaban a tomar por culo: a una pedanía de Estepona. Que por mucha Costa del Sol que sea, eso me resultaba algo de ultramar. Tres horazas de coche, lejos casi de todo, y para colmo con unos precios de alquileres endemoniados. No sé cómo se las apañaba la Junta de Andalucía, que a cada año que pasaba, en vez de acercarme a Jaén, me enviaban cada vez más lejos… vamos, que lo sentí como un destierro.

Hasta aquí, lo malo que debía expurgar. También fui elemento activo y motor de eventos en mi propia vida que resultaron ser transformadores y sanadores. Aún quedaba en mi, en ese momento, algo de fuego, y sabía que para quitarme telarañas, necesitaba ponerme en marcha, sentir que estaba haciendo ya algo para solucionarlo.

Ese mismo verano de 2021 me matriculé en un Máster, de Astronomía y Astrofísica, pues para el baremo de Oposiciones te dan un punto por ello, y sabía que necesitaría sentirme activo. También la matrícula costó un pico considerable; y lo peor, te tiras un año empantanado, casi igual que si fuera para las mismas oposiciones. ¡Y lo hice! Acabé el Máster (no he escrito sobre eso, más que en historias de Instagram), y con bastante buena nota. Pero esa es otra historia.

Y en lo que respecta a la depresión, de la sombra, poco a poco, fui saliendo. Sabía que era necesario reflexionar, eran necesarios cambios, era necesario crecer.

Pero también, que era necesario TIEMPO.

Pero ya no solo del tiempo, sino de ese tiempo en la Costa del Sol hablo en la siguiente entrada. Y también cómo han sido allí los dos años (que al final, pedí repetir, lo que es buena señal), y cómo ha sido este último proceso de Oposiciones.

¡Hasta la próxima!

Oposiciones Parte 1: El Origen
Oposiciones Parte 2: La sombra
Oposiciones Parte 3: Cancelado
Oposiciones Parte 4: ¿Tengo ya plaza?

Las Oposiciones (Parte 1 de 4). El Origen.

Damas y caballeros, me digno a bajar aquí para dejar por escrito y contarles algo que no puedo (ni debo) descargar en toda su extensión a alguien en persona. Seguramente violaría varios puntos de la Carta Universal de Derechos Humanos si en persona cuento todo esto y de una sentada a mis amigos, familia, compañeros de trabajo, alumnos… (lo cual no quita que, a trozos, unos y otros la conozcan). Por cansinez, por respeto y por supuesto por afán documental, he de dejar esto registrado en este humilde y veterano blog; por mucho que dar clase me haya drenado de ganas de escribir, por mucho que lleve encadenados CINCO años de los cuales cuatro he estado estudiando/empantanado de un modo u otro… (o con oposiciones, incluso unas covid-canceladas, o con un máster del que creo que también he hablado) y me haya arrebatado hobbies, ocio y sobre todo separado de estar con los que quiero y me quieren, en tantas ocasiones, prefiero no pensar demasiado en ellas…

El bueno de Willem también se presentó a unas Oposiciones. Aquí su primer día.

Quiero dejar por escrito como es este proceso de atravesar unas oposiciones. Y no he pasado por ellas una ni dos, tres veces ya. Con un ‘triunfo fracasal’ la primera vez en 2018 (saqué una notaza altísima pero me quedé sin plaza por no tener puntos de experiencia); con topetazo brutal al encontrarme en 2021 el inconsolable golpe de un suspenso en toda la cara; y en la tercera….

Mientras escribo esto aún no sé los resultados de la tercera vez. Solo puedo decir que superé la primera fase, hice la segunda hace unos pocos días, y que aún espero las notas de esta.

Willem, hoy. Lleva 5 oposiciones fallidas y aún le quedan por conocer los resultados de la última.

Pero les cuento, les cuento. Primero, un poco de contexto.

Si ustedes, queridos lectores, me han leído estos años, quedó claro que nunca fui muy buen estudiante. Tardé 10 añazos en acabar una Ingeniería Técnica en Diseño Industrial (aunque algunos muebles salvamos, alguna cosa más hice en ese tiempo). No empecé a cotizar hasta casi cumplidos los 30, y aquí viene una cosa graciosa: apenas duré tres meses trabajando en algo relacionado con talleres, industria e ingeniería, que ya me di cuenta que yo no quería ejercer como ingeniero. Quería ser lo mismo que mi padre, que mi abuelo, que mi tío, que dos de mis primos hermanos.

Quería dedicarme a la docencia.

Eso fue en 2014 (también coincidió con la pérdida de alguien muy cercano, y eso te aclara mucho las prioridades), y me embarqué en hacer el famoso Máster de Profesorado que te habilita para ser profesor de Secundaria. Vamos, lo que es tratar con adolescentes, un complejo grupo de población con el que no trataba desde que yo mismo lo fui.

Me metí en ello pensando que me gustaba mucho la ingeniería y la tecnología, y creo que también algo que era vox populi, que me gustaba explicar y divulgar cosas (a la vista está, la propia existencia de este blog). Fastforward varios años, acabé siendo profesor, y sorpresa brutal, lo que más miedo e incógnitas me generaba que era cómo sería el trato con chavales, acabo siendo mi parte preferida de la docencia.

Yo también soy hinjeniero, Willem, yo también…

Pero ojo, que eso no es un camino rápido. Acabé el Máster en 2015, y todavía trabajé otros tres años en empresas relacionadas con el mundo técnico y de la ingeniería. En 2017, de pura chiripa, me salió un trabajo a media jornada como docente en una escuela privada de Diseño en Granada (ESADA), y eso nos coloca ya en 2018, el momento en el que empieza esta historia opositora.

En 2018, por primera vez en ocho añazos el Estado volvía a convocar unas oposiciones para profesores de Tecnología (por culpa de la crisis, las últimas que se habían hecho de tecnología fueron en 2010). Pero antes, creo que merece un poco que les cuente cómo son unas oposiciones (si ya lo sabéis, os lo podéis saltar)

Explicación aburrida y contextual sobre cómo-coño-son-unasputas-oposiciones.

Como ya hemos dicho, hacen falta tres ingredientes: tu propia titulación (vale cualquier grado o título superior, y en casos específicos, también valen algunas diplomaturas del plan antiguo); unos estudios que te habiliten como docente (el susodicho Máster de profesorado, o lo que antes era el ‘CAP’, que se hacía en tres semanillas); y por supuesto, que al Estado se le plante en los huevos convocar unas oposiciones para tu especialidad, donde se ofertan X plazas (digamos, 200 para tu comunidad autónoma).

Lo normal es que se convoquen cada dos años pero de lo mío, Tecnología, hacía 8 años que no se convocaban, así que cuando volvió a haber oferta en 2018, había mucho ‘tapón’ de aspirantes. De la organización se encargan las Comunidades Autónomas, y aunque es ligeramente distinto en cada comunidad, tienen en común una estructura y es que que hay tres ‘pruebas’ o fases, (cada una de las cuales vale un 33%, al menos este año).

Opositor clásico viendo la que se le viene encima.

Hablaré antes de la tercera fase, que no es una prueba como tal, sino que lo llaman ‘concurso de méritos’ y son puntos de baremo que consigues por cosas como tu expediente académico de la carrera, tu propia experiencia docente si la tienes, títulos de máster, idiomas, cursillos, etc.

La primera fase como tal, es una prueba específica de tu especialidad, y se parece bastante a un examen clásico, tipo selectividad, donde te preguntan de lo tuyo (Inglés, Matemáticas, Geografía e Historia…). Te tienes que saber básicamente toda tu asignatura, con un temario de 1993 (algo especialmente sangrante en el caso de la Tecnología, ¡con la de cosas que han cambiado!), y en el que durante 4 horas y media, sentado, tienes, por un lado, que desarrollar en texto un tema al azar de tu especialidad (entre cinco que salen por sorteo, de un total de aproximadamente 70). Y por otro, resolver problemas o situaciones típicas de tu especialidad; en mi caso por ejemplo; se trata de problemas de circuitos eléctricos, hidráulica, mecanismos, resistencia de materiales, dibujo técnico, etc… con tu buena calculadora 100tífika y regla al lado.

Y si superas este examen (eliminatorio) pasas unas semanas más tarde a la segunda fase; donde esta vez se te examina como pedagogo y docente, y defiendes de pie, a viva voz y con pizarra delante de un tribunal y durante una hora, lo que llamamos: a) una ‘programación didáctica’, que es la planificación de todo un curso; y b) una ‘unidad didáctica’, que para entendernos, es un tema de esa programación. Por ejemplo: cómo voy a enseñar a mis alumnos, a lo largo de X horas que tenga planeadas, el tema de palancas y poleas, y cómo lo van a aprender, y se lo voy a evaluar, y todo con pelos y señales.

Si superas estas dos fases (son eliminatorias), se junta con tus puntos de baremo, se te da una nota global, y se te pone en una lista. Y si había, pongamos, 200 plazas, pues a los doscientos primeros de esa lista, le dan una.

Y ale, ya eres funcionario de carrera. ‘Fasil y censillo’, que decía un profesor mío; que luego haya que estar un año de prácticas, y varios años esperando de un lado a otro hasta que te dan una plaza definitiva, son ya detalles sin importancia…

Por otro lado, si apruebas pero no te llega para conseguir plaza, pasas a una bolsa de trabajo en la que, eventualmente te llamarán para trabajar como interino (hay gente para la que pasan años), haciendo primero sustituciones, cada vez más largas, y cuando ya coges puntos, pues te llaman para una vacante que es estar un curso entero en un sitio, algo que idealmente ya se repetirá todos los años. Y si, te interesará volver a estudiar para las siguientes oposiciones…

Y por supuesto, si suspendes, pues te quedas como estás. Que si no has estudiado, pues nada, pero si si, normalmente además te quedas con cara de gilipollas, que supongo, es bastante graciosa desde fuera.

Willem, con la misma cara que se me quedó a mi en 2021, cuando supimos nuestro suspenso…

La primera vez que me presenté fue en 2018.

Entonces tenía trabajo (de hecho, ¡dos trabajos!) y no tenía pensado ir a por ellas, pero cosas de la vida, me quedé solo con uno de ellos (el de profesor en la Escuela de Diseño). Y estando solo a media jornada, lo vi blanco y en botella. Por resumir, diré que empecé a estudiar apenas en febrero (solo 5 meses, cuando lo normal es que la gente estudie por años), me estudié a saco todo lo relativo a la primera prueba sobre Tecnología, ¡Y vaya que si lo saqué!, hice bien los problemas, y desarrollé un tema que me miré la noche de antes… ¡Saqué un 8!, la tercera nota más alta de mi provincia.

Pero a la segundo fase, llegué como a una liebre cuando le dan las largas. Por unos meses estuve con dos buenos amigos preparando el documento que debes defender (la famosa programación didáctica), y yo nunca supe bien lo que estábamos haciendo. No sin razón, eso me costó la amistad con uno de ellos. Y aún así, llegué al examen, que no sé ni cómo lo hice, ¡Me pusieron un 7,5! Incluso uno de los del tribunal me animó, literalmente me dijo en el patio mientras fumaba un cigarrillo ‘serás un buen profesor’…

Pero no tenía puntos de baremo. Así que no me daba la nota global para conseguir una plaza. De esto ya escribí en este blog un largo borrador que nunca compartí, pero básicamente manifestaba el conflicto interno entre la rabia de haberme quedado tan cerca de la plaza, y la satisfacción (¡me podía haber dado con un canto en los dientes!), de haber entrado con firmeza en bolsa, dado que además, en realidad… ni siquiera había estudiado tanto. Os comparto aquí un párrafo de lo que escribí en su día:

“Es una puta mierda porque, honestamente, sé que podía haber conseguido la plaza y no he hecho lo suficiente. Si, podía escudarme en que solo he tenido cinco meses, pero sé que podía haber hecho más, y la he rozado. No lo dí todo. Como consecuencia, el día que salieron los resultados, me invadieron la rabia, la frustración, el resentimiento, los reproches internos, el remordimiento. Todas emociones humanas, feas, reales. Ese día emanaba oscuridad. Ese día me invitaron a salir, pero preferí quedarme en casa. Sabía que iba a ir cargado de ceniza, iba a amargar las fiestas, sabía que lo responsable, incluso lo sano y honesto, era concederme 24 horas, y en esas 24 horas, regodearme y revolcarme en esa mierda, hundirme de forma cegadora, estelar, caótica, abrazar con fuera y exudar todos esos sentimientos; en resumen, atravesar el proceso, para resurgir limpio y brillante de nuevo… (lo mismo, a la vista del párrafo que acabo de escribir, que acabo de leer, puede parecer que no lo he superado, pero os lo aseguro: estoy bien :P)”

Pero ojo, el caso es que, aunque no me dieron plaza, mi nota fue tan alta, ¡que me llamaron en seguida para una vacante! Ese mismo septiembre me llamaron y me incorporé, para todo el año, en un IES bilingüe de un precioso pueblo de Córdoba: Luque. De eso ya si he hablado aquí; empezaba mi aventura como profesor en la docencia pública (maravilloso, intenso, y agotador a ratos, como pocos trabajos).

Izquierda: Willem, su primer día de profe. Derecha: Willem, hoy, unas semanas más tarde.

Luego estuve otro año en Pozoblanco, y ese año 2020, la pandemia (lo que llevó a retrasar las oposiciones previstas para ese año). Y ya al siguiente curso, me mandaron a la preciosa Almuñecar. Hablamos ya de 2020/21. Volvía a haber oposiciones; y esas, hamigo, esas fueron distintas…

Pero ya de las del 21, hablaremos en otra entrada. ¡Saludos!

Oposiciones Parte 1: El Origen
Oposiciones Parte 2: La sombra
Oposiciones Parte 3: Cancelado
Oposiciones Parte 4: ¿Tengo ya plaza?

Sobre la guerra en Ucrania

“Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”

Atardecer desde el Castillo de Canena. Slava Ukraini!

Quiero desde aquí brevemente dar mi apoyo al pueblo ucraniano, y también a su hermano el pueblo ruso, ambos víctimas de la locura de un gobernante que o bien ha perdido los cabales, o bien estaba terriblemente mal informado y alejado de la realidad.

Siempre he odiado la frase ‘no me creo que a estas alturas, en este año, esté pasando esto’ . Pero aquí estamos, en 2022, saliendo de una pandemia que parece que hemos olvidado instantáneamente, y una crisis climática a la que damos de lado siempre que podemos.

¿Qué hay en la cabeza de Putin? ¿Qué esperaba ganar? ¿Aferrarse a la poltrona, caldeando los ánimos patrióticos? ¿Ganar unas pequeñas provincias con recursos valiosos, los que ya tiene de sobra en sus 17 millones de km2? ¿Ganar de nuevo el amor de esa exnovia, Ucrania, que legítimamente mira en otra dirección, mediante el uso de la violencia? ¿Anexionar unos terrenos habitados por rusoparlantes, aunque en el proceso haya que matar miles de hermanos ucranianos?

¿Y tal vez esperaba solucionarlo con una guerra relámpago, de pocos días? ¿Con un ejército obsoleto, desorientado, desmotivado, incluso desinformado, poco preparado -a la vista está-, y en un terreno -insisto- hermano? ¿Esperaba que su maltrecha economía lo aguantase, Rusia, un país con nuestro PIB? ¿Que la comunidad internacional no respondería de un modo u otro? ¿Y esperaba que los ucranios les recibiesen bien? ¿Que no aguantarían? ¿Que no apretarían los dientes y defenderían de todos los modos posibles su terreno?

¿De verdad creía Putin, que serían los buenos de la historia? ¿Que sus oligarcas, que sus servicios de seguridad, que su propio pueblo, sabio y capaz de entrever a través de la cortina de propaganda y desinformación, no lo cuestionaría?

No lo sé. Sin duda Putin es un hombre inteligente, capaz de mantenerse en el poder durante 24 años. Probablemente se ha rodeado de hombres ‘si a todo’, pero me sigue costando creer que haya llegado a semejantes niveles de delirio.

Solo sé que esto acaba de dos maneras. O mal; muy muy muy mal para todos, o con Rusia retrocediendo, tal vez con una revuelta interna de carácter civil, militar o ambas, que acabe deponiendo la cúpula del gobierno ruso. Tal vez para sustituirla por otro hombre duro, o tal vez conduciendo a Rusia finalmente a la familia de las democracias occidentales, y dejando sola a China como gran gigante autoritario. Por soñar…

Confío en que el pueblo ruso, y/o sus poderes fácticos (aunque prefiero lo primero) se den cuenta más pronto que tarde del tremendo error y profundo pantano en el que su líder les ha metido, y del que solo hay una solución rápida: salir.

Quiero creer que el pueblo ruso, a pesar de la propaganda y la desinformación, es sabio; pero claro, también vivimos en tiempos en los que nuestras ‘informadísimas’ y libres democracias, gente como Trump o Boris Johnson salen elegidos. Así que… soy incapaz de calibrar hasta qué punto la población rusa sabe, o sabrá, cuando todo esto le empiece de verdad a afectar también a ellos.

Un país que vive en la práctica pobreza, ¿Por qué son siempre los pobres los que entran en guerras? ¿Son sencillamente demasiado ignorantes para saber mejor? ¿No saben lo que se pierden, con la paz y prosperidad mutuas? ¿O sencillamente no tienen nada que perder?

Recuerdo lo exagerada que me pareció entonces esta portada. Lo que son las cosas.

No lo sé. Muchas, muchas preguntas. Mucha sorpresa. Mucho rechazo acentuado por mi parte, cada vez más, a cualquier tipo de nacionalismo, identitario, centrípeto, centrífugo…., de rechazo a todo el que subraya la diferencia, en vez de lo que nos une.

Y sobre todo, mucho dolor, mucha tristeza, muchas lágrimas. Espero que todo esto se resuelva de una forma lo más pacífica posible y constructiva para todos. Mientras, todo mi apoyo al pueblo ucraniano; y también al ruso, para que deponga antes de que sea demasiado tarde, a su tirano. Слава Україні!

Y a todos los que creen que una línea en el mapa vale más que una sola vida humana: buena estancia en el infierno. No tendréis que hacer cola a la entrada.