Cuando la Junta de Andalucía nos comunica informáticamente a los docentes interinos nuestro próximo destino, lleva algunos veranos teniendo la curiosa costumbre de enunciar que has cumplido con todas las formalidades burocráticas en negativo. Es decir, en vez de declararte como “Admitido” y debajo poner “Si”, te encuentras con un “No” como respuesta a “Excluido”. Ese es el primer microinfarto. Imagínate además la situación de algunas de mis compañeras ese año: como destino les aparece “Cancelada“. Infarto total. Lo que tal vez ustedes no sepan es que Cancelada era una antigua colonia agrícola (sus cortijos decimonónicos que aún se mantienen en pie) flotando en lo que por otra parte es hoy una interminabilidad de urbanizaciones, chalets modernos y campos de golf perteneciente a la localidad de Estepona, en la Costa del Sol, a medio camino entre dicha localidad (a 15 km de ella) y Marbella.
Tres horazas largas de coche, y que solo pilla de paso… si quieres ¿invadir Gibraltar?.
El caso es que fui para allá muy escéptico. Es curioso cómo funciona el cerebro, miraba el mapa (pega a la provincia de Cádiz), ¡y me parecía lejísimos!. Aunque ya fui profesor el año anterior en Almuñecar (y me enamoré un poco), siempre he sido un chico de interior, y el supuesto encanto de la Costa del Sol nunca se lo encontré. Buen clima, si, pero me parecía un lugar un tanto deshumanizado, con alma de ‘terminal de aeropuerto’, listo para atraer turistas adinerados del Norte y Este de Europa. Mucho chalet, urbanizaciones diseminadas, alojamientos turísticos, conurbanizaciones sin personalidad, sin caminos ni aceras para pasear… Para colmo unos precios de alquiler desorbitados, y una carretera, la Autovía del Mediterraneo, criminalmente sobreexplotada (si aprendes a conducir allí, entre coches alemanes de color negro, sabrás desenvolverte en cualquier sitio -de España al menos), y dónde uno es testigo de todos los abusos urbanísticos que sucesivos gobiernos del Jabba del Jacuzzi y acólitos perpetraron durante tantos años.
¿Me gustaba el sitio? No. ¿Me gustó el Instituto? Me encantó.
Damas y caballeros, me digno a bajar aquí para dejar por escrito y contarles algo que no puedo (ni debo) descargar en toda su extensión a alguien en persona. Seguramente violaría varios puntos de la Carta Universal de Derechos Humanos si en persona cuento todo esto y de una sentada a mis amigos, familia, compañeros de trabajo, alumnos… (lo cual no quita que, a trozos, unos y otros la conozcan). Por cansinez, por respeto y por supuesto por afán documental, he de dejar esto registrado en este humilde y veterano blog; por mucho que dar clase me haya drenado de ganas de escribir, por mucho que lleve encadenados CINCO años de los cuales cuatro he estado estudiando/empantanado de un modo u otro… (o con oposiciones, incluso unas covid-canceladas, o con un máster del que creo que también he hablado) y me haya arrebatado hobbies, ocio y sobre todo separado de estar con los que quiero y me quieren, en tantas ocasiones, prefiero no pensar demasiado en ellas…
El bueno de Willem también se presentó a unas Oposiciones. Aquí su primer día.
Quiero dejar por escrito como es este proceso de atravesar unas oposiciones. Y no he pasado por ellas una ni dos, tres veces ya. Con un ‘triunfo fracasal’ la primera vez en 2018 (saqué una notaza altísima pero me quedé sin plaza por no tener puntos de experiencia); con topetazo brutal al encontrarme en 2021 el inconsolable golpe de un suspenso en toda la cara; y en la tercera….
Mientras escribo esto aún no sé los resultados de la tercera vez. Solo puedo decir que superé la primera fase, hice la segunda hace unos pocos días, y que aún espero las notas de esta.
Willem, hoy. Lleva 5 oposiciones fallidas y aún le quedan por conocer los resultados de la última.
Pero les cuento, les cuento. Primero, un poco de contexto.
Si ustedes, queridos lectores, me han leído estos años, quedó claro que nunca fui muy buen estudiante. Tardé 10 añazos en acabar una Ingeniería Técnica en Diseño Industrial (aunque algunos muebles salvamos, alguna cosa más hice en ese tiempo). No empecé a cotizar hasta casi cumplidos los 30, y aquí viene una cosa graciosa: apenas duré tres meses trabajando en algo relacionado con talleres, industria e ingeniería, que ya me di cuenta que yo no quería ejercer como ingeniero. Quería ser lo mismo que mi padre, que mi abuelo, que mi tío, que dos de mis primos hermanos.
Quería dedicarme a la docencia.
Eso fue en 2014 (también coincidió con la pérdida de alguien muy cercano, y eso te aclara mucho las prioridades), y me embarqué en hacer el famoso Máster de Profesorado que te habilita para ser profesor de Secundaria. Vamos, lo que es tratar con adolescentes, un complejo grupo de población con el que no trataba desde que yo mismo lo fui.
Me metí en ello pensando que me gustaba mucho la ingeniería y la tecnología, y creo que también algo que era vox populi, que me gustaba explicar y divulgar cosas (a la vista está, la propia existencia de este blog). Fastforward varios años, acabé siendo profesor, y sorpresa brutal, lo que más miedo e incógnitas me generaba que era cómo sería el trato con chavales, acabo siendo mi parte preferida de la docencia.
Yo también soy hinjeniero, Willem, yo también…
Pero ojo, que eso no es un camino rápido. Acabé el Máster en 2015, y todavía trabajé otros tres años en empresas relacionadas con el mundo técnico y de la ingeniería. En 2017, de pura chiripa, me salió un trabajo a media jornada como docente en una escuela privada de Diseño en Granada (ESADA), y eso nos coloca ya en 2018, el momento en el que empieza esta historia opositora.
En 2018, por primera vez en ocho añazos el Estado volvía a convocar unas oposiciones para profesores de Tecnología (por culpa de la crisis, las últimas que se habían hecho de tecnología fueron en 2010). Pero antes, creo que merece un poco que les cuente cómo son unas oposiciones (si ya lo sabéis, os lo podéis saltar)
Explicación aburrida y contextual sobre cómo-coño-son-unasputas-oposiciones.
Como ya hemos dicho, hacen falta tres ingredientes: tu propia titulación (vale cualquier grado o título superior, y en casos específicos, también valen algunas diplomaturas del plan antiguo); unos estudios que te habiliten como docente (el susodicho Máster de profesorado, o lo que antes era el ‘CAP’, que se hacía en tres semanillas); y por supuesto, que al Estado se le plante en los huevos convocar unas oposiciones para tu especialidad, donde se ofertan X plazas (digamos, 200 para tu comunidad autónoma).
Lo normal es que se convoquen cada dos años pero de lo mío, Tecnología, hacía 8 años que no se convocaban, así que cuando volvió a haber oferta en 2018, había mucho ‘tapón’ de aspirantes. De la organización se encargan las Comunidades Autónomas, y aunque es ligeramente distinto en cada comunidad, tienen en común una estructura y es que que hay tres ‘pruebas’ o fases, (cada una de las cuales vale un 33%, al menos este año).
Opositor clásico viendo la que se le viene encima.
Hablaré antes de la tercera fase, que no es una prueba como tal, sino que lo llaman ‘concurso de méritos’ y son puntos de baremo que consigues por cosas como tu expediente académico de la carrera, tu propia experiencia docente si la tienes, títulos de máster, idiomas, cursillos, etc.
La primera fase como tal, es una prueba específica de tu especialidad, y se parece bastante a un examen clásico, tipo selectividad, donde te preguntan de lo tuyo (Inglés, Matemáticas, Geografía e Historia…). Te tienes que saber básicamente toda tu asignatura, con un temario de 1993 (algo especialmente sangrante en el caso de la Tecnología, ¡con la de cosas que han cambiado!), y en el que durante 4 horas y media, sentado, tienes, por un lado, que desarrollar en texto un tema al azar de tu especialidad (entre cinco que salen por sorteo, de un total de aproximadamente 70). Y por otro, resolver problemas o situaciones típicas de tu especialidad; en mi caso por ejemplo; se trata de problemas de circuitos eléctricos, hidráulica, mecanismos, resistencia de materiales, dibujo técnico, etc… con tu buena calculadora 100tífika y regla al lado.
Y si superas este examen (eliminatorio) pasas unas semanas más tarde a la segunda fase; donde esta vez se te examina como pedagogo y docente, y defiendes de pie, a viva voz y con pizarra delante de un tribunal y durante una hora, lo que llamamos: a) una ‘programación didáctica’, que es la planificación de todo un curso; y b) una ‘unidad didáctica’, que para entendernos, es un tema de esa programación. Por ejemplo: cómo voy a enseñar a mis alumnos, a lo largo de X horas que tenga planeadas, el tema de palancas y poleas, y cómo lo van a aprender, y se lo voy a evaluar, y todo con pelos y señales.
Si superas estas dos fases (son eliminatorias), se junta con tus puntos de baremo, se te da una nota global, y se te pone en una lista. Y si había, pongamos, 200 plazas, pues a los doscientos primeros de esa lista, le dan una.
Y ale, ya eres funcionario de carrera. ‘Fasil y censillo’, que decía un profesor mío; que luego haya que estar un año de prácticas, y varios años esperando de un lado a otro hasta que te dan una plaza definitiva, son ya detalles sin importancia…
Por otro lado, si apruebas pero no te llega para conseguir plaza, pasas a una bolsa de trabajo en la que, eventualmente te llamarán para trabajar como interino (hay gente para la que pasan años), haciendo primero sustituciones, cada vez más largas, y cuando ya coges puntos, pues te llaman para una vacante que es estar un curso entero en un sitio, algo que idealmente ya se repetirá todos los años. Y si, te interesará volver a estudiar para las siguientes oposiciones…
Y por supuesto, si suspendes, pues te quedas como estás. Que si no has estudiado, pues nada, pero si si, normalmente además te quedas con cara de gilipollas, que supongo, es bastante graciosa desde fuera.
Willem, con la misma cara que se me quedó a mi en 2021, cuando supimos nuestro suspenso…
La primera vez que me presenté fue en 2018.
Entonces tenía trabajo (de hecho, ¡dos trabajos!) y no tenía pensado ir a por ellas, pero cosas de la vida, me quedé solo con uno de ellos (el de profesor en la Escuela de Diseño). Y estando solo a media jornada, lo vi blanco y en botella. Por resumir, diré que empecé a estudiar apenas en febrero (solo 5 meses, cuando lo normal es que la gente estudie por años), me estudié a saco todo lo relativo a la primera prueba sobre Tecnología, ¡Y vaya que si lo saqué!, hice bien los problemas, y desarrollé un tema que me miré la noche de antes… ¡Saqué un 8!, la tercera nota más alta de mi provincia.
Pero a la segundo fase, llegué como a una liebre cuando le dan las largas. Por unos meses estuve con dos buenos amigos preparando el documento que debes defender (la famosa programación didáctica), y yo nunca supe bien lo que estábamos haciendo. No sin razón, eso me costó la amistad con uno de ellos. Y aún así, llegué al examen, que no sé ni cómo lo hice, ¡Me pusieron un 7,5! Incluso uno de los del tribunal me animó, literalmente me dijo en el patio mientras fumaba un cigarrillo ‘serás un buen profesor’…
Pero no tenía puntos de baremo. Así que no me daba la nota global para conseguir una plaza. De esto ya escribí en este blog un largo borrador que nunca compartí, pero básicamente manifestaba el conflicto interno entre la rabia de haberme quedado tan cerca de la plaza, y la satisfacción (¡me podía haber dado con un canto en los dientes!), de haber entrado con firmeza en bolsa, dado que además, en realidad… ni siquiera había estudiado tanto. Os comparto aquí un párrafo de lo que escribí en su día:
“Es una puta mierda porque, honestamente, sé que podía haber conseguido la plaza y no he hecho lo suficiente. Si, podía escudarme en que solo he tenido cinco meses, pero sé que podía haber hecho más, y la he rozado. No lo dí todo. Como consecuencia, el día que salieron los resultados, me invadieron la rabia, la frustración, el resentimiento, los reproches internos, el remordimiento. Todas emociones humanas, feas, reales. Ese día emanaba oscuridad. Ese día me invitaron a salir, pero preferí quedarme en casa. Sabía que iba a ir cargado de ceniza, iba a amargar las fiestas, sabía que lo responsable, incluso lo sano y honesto, era concederme 24 horas, y en esas 24 horas, regodearme y revolcarme en esa mierda, hundirme de forma cegadora, estelar, caótica, abrazar con fuera y exudar todos esos sentimientos; en resumen, atravesar el proceso, para resurgir limpio y brillante de nuevo… (lo mismo, a la vista del párrafo que acabo de escribir, que acabo de leer, puede parecer que no lo he superado, pero os lo aseguro: estoy bien :P)”
Pero ojo, el caso es que, aunque no me dieron plaza, mi nota fue tan alta, ¡que me llamaron en seguida para una vacante! Ese mismo septiembre me llamaron y me incorporé, para todo el año, en un IES bilingüe de un precioso pueblo de Córdoba: Luque. De eso ya si he hablado aquí; empezaba mi aventura como profesor en la docencia pública (maravilloso, intenso, y agotador a ratos, como pocos trabajos).
Izquierda: Willem, su primer día de profe. Derecha: Willem, hoy, unas semanas más tarde.
Luego estuve otro año en Pozoblanco, y ese año 2020, la pandemia (lo que llevó a retrasar las oposiciones previstas para ese año). Y ya al siguiente curso, me mandaron a la preciosa Almuñecar. Hablamos ya de 2020/21. Volvía a haber oposiciones; y esas, hamigo, esas fueron distintas…
Pero ya de las del 21, hablaremos en otra entrada. ¡Saludos!
“Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”
Atardecer desde el Castillo de Canena. Slava Ukraini!
Quiero desde aquí brevemente dar mi apoyo al pueblo ucraniano, y también a su hermano el pueblo ruso, ambos víctimas de la locura de un gobernante que o bien ha perdido los cabales, o bien estaba terriblemente mal informado y alejado de la realidad.
Siempre he odiado la frase ‘no me creo que a estas alturas, en este año, esté pasando esto’ . Pero aquí estamos, en 2022, saliendo de una pandemia que parece que hemos olvidado instantáneamente, y una crisis climática a la que damos de lado siempre que podemos.
¿Qué hay en la cabeza de Putin? ¿Qué esperaba ganar? ¿Aferrarse a la poltrona, caldeando los ánimos patrióticos? ¿Ganar unas pequeñas provincias con recursos valiosos, los que ya tiene de sobra en sus 17 millones de km2? ¿Ganar de nuevo el amor de esa exnovia, Ucrania, que legítimamente mira en otra dirección, mediante el uso de la violencia? ¿Anexionar unos terrenos habitados por rusoparlantes, aunque en el proceso haya que matar miles de hermanos ucranianos?
¿Y tal vez esperaba solucionarlo con una guerra relámpago, de pocos días? ¿Con un ejército obsoleto, desorientado, desmotivado, incluso desinformado, poco preparado -a la vista está-, y en un terreno -insisto- hermano? ¿Esperaba que su maltrecha economía lo aguantase, Rusia, un país con nuestro PIB? ¿Que la comunidad internacional no respondería de un modo u otro? ¿Y esperaba que los ucranios les recibiesen bien? ¿Que no aguantarían? ¿Que no apretarían los dientes y defenderían de todos los modos posibles su terreno?
¿De verdad creía Putin, que serían los buenos de la historia? ¿Que sus oligarcas, que sus servicios de seguridad, que su propio pueblo, sabio y capaz de entrever a través de la cortina de propaganda y desinformación, no lo cuestionaría?
No lo sé. Sin duda Putin es un hombre inteligente, capaz de mantenerse en el poder durante 24 años. Probablemente se ha rodeado de hombres ‘si a todo’, pero me sigue costando creer que haya llegado a semejantes niveles de delirio.
Solo sé que esto acaba de dos maneras. O mal; muy muy muy mal para todos, o con Rusia retrocediendo, tal vez con una revuelta interna de carácter civil, militar o ambas, que acabe deponiendo la cúpula del gobierno ruso. Tal vez para sustituirla por otro hombre duro, o tal vez conduciendo a Rusia finalmente a la familia de las democracias occidentales, y dejando sola a China como gran gigante autoritario. Por soñar…
Confío en que el pueblo ruso, y/o sus poderes fácticos (aunque prefiero lo primero) se den cuenta más pronto que tarde del tremendo error y profundo pantano en el que su líder les ha metido, y del que solo hay una solución rápida: salir.
Quiero creer que el pueblo ruso, a pesar de la propaganda y la desinformación, es sabio; pero claro, también vivimos en tiempos en los que nuestras ‘informadísimas’ y libres democracias, gente como Trump o Boris Johnson salen elegidos. Así que… soy incapaz de calibrar hasta qué punto la población rusa sabe, o sabrá, cuando todo esto le empiece de verdad a afectar también a ellos.
Un país que vive en la práctica pobreza, ¿Por qué son siempre los pobres los que entran en guerras? ¿Son sencillamente demasiado ignorantes para saber mejor? ¿No saben lo que se pierden, con la paz y prosperidad mutuas? ¿O sencillamente no tienen nada que perder?
Recuerdo lo exagerada que me pareció entonces esta portada. Lo que son las cosas.
No lo sé. Muchas, muchas preguntas. Mucha sorpresa. Mucho rechazo acentuado por mi parte, cada vez más, a cualquier tipo de nacionalismo, identitario, centrípeto, centrífugo…., de rechazo a todo el que subraya la diferencia, en vez de lo que nos une.
Y sobre todo, mucho dolor, mucha tristeza, muchas lágrimas. Espero que todo esto se resuelva de una forma lo más pacífica posible y constructiva para todos. Mientras, todo mi apoyo al pueblo ucraniano; y también al ruso, para que deponga antes de que sea demasiado tarde, a su tirano. Слава Україні!
Y a todos los que creen que una línea en el mapa vale más que una sola vida humana: buena estancia en el infierno. No tendréis que hacer cola a la entrada.
Los avances en tecnología aérea y espacial, que no se pueden calificar de otro modo que espectaculares en la primera mitad del Siglo XX, nos hicieron soñar con una pronta e inmediata colonización de otros astros; un tiempo que sirvió como caldo de cultivo para la ferviente imaginación de prolíficos autores de ciencia ficción, tanto en sus vertientes más “duras” (como por ejemplo “Tau Cero” de Poul Anderson), como sus más optimistas y populares (“Buck Rogers”, “Flash Gordon”, “Star Trek”), sin dejar de mencionar a prolíficos autores como Isaac Asimov, gran referente de la ciencia ficción del S XX.
De hecho, ¡nos es difícil ahora concebir que del primer vuelo de los hermanos Wright a la pisada de Armstrong en la Luna apenas pasaron 66 años! Pero esto se comprende mejor cuando tenemos en cuenta dos desafortunados conflictos en forma de Guerras Mundiales, y las tensiones entre bloques, ahora en un mundo en el que el armamento nuclear ya existía, a lo largo de la Guerra Fría.
Precisamente esta “Guerra Fría” tal vez nunca se convirtió en caliente, no solo debido al supuesto poder disuasorio de un peligrosísimo y masivo arsenal nuclear, sino al afortunado hecho de que las dos principales potencias decidieran medirse de forma “civilizada”, ‘a ver quién tenía la pistola más larga’, si se nos permite la expresión. Es decir, la celebrada Carrera Espacial no fue otra cosa que un un ‘sprint’ de demostración de poderío tecnológico y militar, que no era otra cosa que poderío económico: quién tenía el misil más grande, capaz de enviar no solo satélites sino cabezas nucleares de forma fulminante al enemigo…
Esta carrera por llegar más lejos, más rápido, más alto, era económicamente agotadora, y como cualquier sprint, fue de corto recorrido; y su principal motor fue el político, que sabemos que nunca marca unos objetivos a largo plazo. Kennedy, gran impulsor del programa Apollo, reconoció en numerosas ocasiones que no tenía el más mínimo interés en averiguar de qué estaban hechas unas rocas lunares. Y en su apogeo, en torno a 1967, el programa Apollo llegó a absorber un 4% del presupuesto del gobierno federal estadounidense (solo superado por la cada vez más impopular guerra de Vietnam); y como solo supimos décadas más tarde, esta carrera dejó totalmente exhausta a la Unión Soviética, que ‘apenas’ consiguió lanzar cuatro gigantescos y carísimos cohetes N-1, que acabaron todos catastróficamente esparcidos por la estepa kazaja.
Si algo quedó claro es que la exploración espacial, y cualquier cosa parecida a poner cosas en el espacio, es abrumadoramente costosa, y lejos del alcance incluso para muchos gobiernos.
La actualidad
Una vez finalizado el programa Apollo, los humanos nunca hemos vuelto a salir de una órbita terrestre baja. Con cohetes tradicionales el coste de poner un kg en órbita baja ronda los 20.000 $. Se estima que poner un solo hombre en Marte costaría lo mismo (con ajustes de inflación) que todo el programa Apollo, que recordemos colocó 12 hombres en la Luna: del orden de 100.000 millones de dólares, que es 10 veces lo presupuestado para la construcción del ITER. Y es que una cosa es lanzar un robot, o una sonda espacial, y otra cosa lanzar un humano, lo que conlleva complejos y sin duda pesados sistemas de soporte vital que fastidiosamente necesitamos.
Incluso los que somos de una generación que crecimos fascinados con aquel ‘autobús viejo’ que era el Transbordador Espacial, entendemos que este, como tantos otros programas de las agencias espaciales internacionales, carecían y carecen demasiadas veces de un objetivo claro, o poseen una encomiable ambición que rara vez se ve igualada por unos presupuestos cada vez más magros. Hemos enviado y seguimos enviando sondas robóticas que nos han traído descubrimientos científicos absolutamente maravillosos y fascinantes, y sobre los que redunda subrayar su importancia.
Y sin embargo, los que profesamos amor a la ciencia y la exploración espacial, a veces nos vemos en la difícil tesitura de explicarles y justificar, a familiares y seres queridos por nosotros, los extraordinarios gastos asociados a la exploración espacial
“¿De qué sirve gastar ‘chorrocientos’ millones en un telescopio, cuando el gobierno no puede pagar hospitales y escuelas? ¿¡De qué sirve buscar agua en Marte, cuando hay niños muriendo de sed en la Tierra!?”
Esas son las cosas que a veces nos toca escuchar.
De poco sirve explicar que se puede -y debe- hacer todo al mismo tiempo. De poco sirve explicar que el valor del conocimiento adquirido es incuantificable. De poco sirve explicar que el presupuesto de los programas espaciales es minúsculo comparado con los necesarios programas sociales, y ridículo al lado de lo que los gobiernos gastan en ejércitos y guerras estúpidas. De poco sirve explicar que ese dinero no se tira, quemado, espacio, sino que es el sueldo de científicos, ingenieros, investigadores, ensambladores… que hacen mucho bien aquí, en la Tierra. De poco sirve explicar que cada euro invertido en investigación y tecnología aeroespacial ve su retorno multiplicado por diez. De poco sirve explicar que aprender a buscar agua en Marte, sirve para encontrarla también más fácilmente aquí, en la Tierra.
De poco sirve, porque entiendo que hay un punto de legitimidad en sus cuestiones, un punto de verdad en el fondo de sus preguntas.
¿¿Cómo tenemos el valor, de emplear miles de millones de dólares en buscar un reemplazo de esta, nuestra querida Tierra, cuando no estamos moviendo ni un dedo por cuidarla, ya que la tenemos??
Y es una ironía, porque lo que parece una obviedad, también parece una verdad que pocas veces se nos recuerda: que no tenemos ‘planeta B’.
Si un asteroide gigante estuviese en trayectoria de colisión con nosotros, hubiese una mega erupción volcánica, o una supernova estallase cerca, no tenemos ‘otra cabaña’ en la que refugiarnos. Es decir, uno de los motivos más inmediatos para hallar otros mundos habitables ha sido precisamente, el de tener una morada alternativa.
Pero no es solo una cuestión de buscar refugio. Otro de los motivos que a menudo se propone es que si la humanidad sigue queriendo crecer como especie, eventualmente esta Tierra se nos quedará pequeña*, por lo que es necesario buscar sitios en los que ‘extendernos’ y crecer, del mismo modo que aquellos colonos europeos se extendieron por el continente americano (desplazando si hace falta y sin contemplación, a los nativos), o esas mismas potencias europeas se ‘repartieron’ África con salvajes consecuencias para el continente.
*(aquí es inmediato pensar ¿no lo ha hecho ya?, pero prefiero explorar a esa cuestión más adelante)
Abiertamente, fantaseamos con una humanidad, homo sapiens, colonizando, viajando y viviendo en otros planetas, del mismo modo en que ahora cogemos un avión y nos plantamos en unas horas, en lo que hace un par de siglos llevaba semanas de viaje.
Esta búsqueda de un ‘planeta B’ no solo nos parece de una fantasía salvaje, sino incluso un sueño con un punto pernicioso, pues lo encontramos totalmente inviable, punto que nos disponemos a argumentar en las siguientes entradas.
Nota: este es un texto que he escrito para la asignatura de Asignatura de Astrobiología y Astrofísica, para el Máster de Astronomía y Astrofísica por la Universidad Internacional de Valencia. Una explicación y contexto más amplios los doy en esta entrada
Introducción
Quiero empezar con una aclaración: con el título de esta entrada no pretendo enunciar una hipótesis conjugada en tiempo presente (como en “¿somos nosotros de origen extraterrestre?”) sino una hipótesis conjugada en futuro: ¿Seremos alguna vez nosotros los extraterrestres?
Establecido esto, haré primero un breve repaso a cómo se ha visto a lo largo de la historia la posible existencia y colonización de otros mundos habitables y existencia de civilizaciones en estos. A continuación, comentamos la situación actual de la exploración espacial; para desembocar en cuatro escenarios hipotéticos en los que exploramos un posible futuro de nuestra civilización encaminada a la exploración de las estrellas. Finalmente, cierro compartiendo algunas reflexiones personales.
El pluralismo Cósmico
Edad Clásica
En la Época Antigua, los clásicos creían que la Tierra era única y era el centro del Universo Conocido, mientras que el resto de astros eran representaciones de deidades en las distintas culturas y cosmologías, cuando no meras piezas colocadas en los cielos asociadas a seres mitológicos. El concepto de “múltiples mundos” se circunscribía a debates filosóficos sin las implicaciones cosmológicas que tenemos hoy en día; filósofos griegos como Anaximandro y Anaxarco eran firmes defensores de esa idea de ‘múltiples mundos’, haciendo este último famosamente llorar a Alejandro Magno, del que era amigo personal; pues ni siquiera había sido capaz de conquistar uno.
Renacimiento e Ilustración
Sin embargo, tan pronto como la revolución copernicana demostró que la Tierra no era más que una pieza más un Universo poblado de incontables objetos, se empezó a fantasear con la idea de civilizaciones que poblaran esos astros.
Fig 1. Giordano Bruno (Fuente: Wikipedia)
De los primeros en explorar esta idea fue Giordano Bruno (imagen) ya dijo que otros mundos “no tienen menos virtud ni naturaleza diferente a la de nuestra tierra” y, como la Tierra, “contienen animales y habitantes”. Juan Maldonado, ya fantaseó en su obra “Somnium” (1532) con la posibilidad de un viaje a los astros, a lomos de lo actualmente conocemos como el cometa Halley, para acabar en Mercurio, dónde encuentra una “sociedad perfecta”. Precisamente Johannes Kepler, aplicando ya la ciencia y con cierta vocación divulgativa, volvería un siglo más tarde a explorar la misma idea (y con el mismo nombre: también llamó a su novela “Somnium”), en la que soñaba con la idea de ‘barcos celestiales, con velas adaptadas a los vientos de los cielos, llenas de tripulantes que no se asustarían con la vastedad del espacio’. Él igualmente hablaba también de imaginarios habitantes de los astros; e intelectuales de siglos posteriores como Benjamin Franklin o Immanuel Kant, ya durante la Ilustración, abrazaron la idea de “pluralismo cósmico”, abordado ahora desde un punto de vista más científico y no estrictamente desde el campo de la filosofía.
Revolución Industrial
Con los portentosos avances que trajo la Revolución Industrial, autores en el siglo XIX y primeros del XX como H.G. Wells, C.S Lewis o Edgar Burroughs, hablaban de ‘selenitas’ y ‘marcianos’ en sus obras (“La Guerra de los Mundos”, “Los primeros Hombres en la Luna”, “John Carter de Marte”, “Trilogía Espacial”), si bien infundiendo un fuerte componente científico en sus obras (especialmente en el caso de H.G Wells, visionario en muchos campos de la tecnología)
Sin embargo, este optimismo, esta ‘facilidad’ para alcanzar estos mundos, como un ‘destino manifiesto’ de la humanidad, no era universalmente compartido. Cecil Rhodes, poderoso magnate y ferviente defensor del colonialismo e imperialismo británico, se lamentaba (de modo similar a Alejandro Magno) de que habría mundos que nunca podría colonizar: “Pensar en estas estrellas que ves en lo alto por la noche, estos vastos mundos a los que nunca podremos alcanzar. Anexaría los planetas si pudiera; A menudo pienso en eso. Me entristece verlos tan claros y tan lejanos “