Dejé esta serie colgando a la espera del cierre; el trabajo me tiene hasta arriba pero no lo he olvidado, por lo que aquí tenéis la última entrega.
Recapitulo un poco para refrescaros la memoria. En la primera parte, resumía mi opinión sobre las religiones actuales, sobre si son un problema o un beneficio para la sociedad. En la segunda, hacía la retrospectiva de mi viaje espiritual personal, deteniéndome especialmente en el libro de Stephen Hawking «El Gran Diseño», y de ese momento incómodo en que no me quedó más remedio que aceptar, aunque me resistí, la no-existencia de Dios. El tercer episodio lo dediqué a explorar por qué el Universo parece deliberadamente «afinado» para permitir nuestra existencia e incluso ser nosotros consecuencia inevitable de él, y el cuarto y hasta ahora último capítulo lo dedique a argumentar de forma muy sencilla por qué la existencia de Dios plantea muchos más problemas y preguntas que su no-existencia, y lo liberador que resulta darse cuenta de ello.
Me dejaba en el tintero la pregunta más importante de todas: ¿Qué implicaciones tiene ser ateo (como creencia personal), o, de ser una verdad absoluta, la propia no-existencia de Dios? ¿Dónde quedan en tal caso la ética y la moral?
¿Dónde quedan el amor al prójimo, las guerras, el aborto, la violencia, el abuso del fuerte frente al débil, la enfermedad, el respeto a los animales y al medio ambiente? ¿Qué hay de nuestro futuro, de nuestra trascendencia y supervivencia como especie?
Para resumir a los impacientes y no cansaros:
Da igual.
Para empezar; de existir, Dios no tiene nada que ver con todo esto. Depende exclusivamente de nosotros mismos. Pero es que de no-existir, también da igual. Pues, como en todo, su existencia o no-existencia afecta en la misma medida que cualquier otra cosa que no tenemos forma ni método de comprobar si es cierta o no: (¿existe solo mi mente y lo demás son proyecciones? ¿Está el gato de Schrödinger vivo o muerto dentro de la caja? ¿Vivimos en el sueño de un escarabajo cósmico? ¿Es esto Matrix?). La respuesta es tan sencilla como irrelevante: no nos afecta.
Pero desarrollemoslo un poco más: si la razón para ser buenos, para amar, ser generosos y constructivos… es solo por miedo a la ira de Dios e ir al infierno, estamos muy pero que muy jodidos.
Y es que a efectos prácticos, no hacer a los otros nada que no te gustaría que te hicieran a ti (y lo recíproco para cosas positivas) me parece un principio igual de válido para la convivencia, o mejor, que cualquier otro basado en principios sobrenaturales. De hecho es un principio tan sencillo que ni requiere explicaciones científicas para ser comprendido, tan solo empatía y sentido de lo práctico. La realidad cotidiana es que convivimos con seres muy parecidos a nosotros, a algunos de los cuales queremos mucho (y nos quieren), la realidad es que tenemos unas necesidades, biológicas y espirituales, e ir por ahí matando por ahí no ayuda mucho a aliviarlas.
Quicir, que ser ateo no te convierte automáticamente en asesino. Por si no había quedado claro…
Daré un último paseo antes de llegar al final.
Al hablar de ser ateo, en verdad hablo de más cosas, que ya he ido dejando caer a lo largo de los anteriores posts. Cuando hablo de negar a esa entidad sobrenatural, consciente, «absoluta y eterna», lo digo en un sentido lógico, no necesito a la ciencia para decírmelo. Ni siquiera la necesito que me demuestre las respuestas a otras importantes cuestiones que nos suelen preocupar: ¿tenemos alma, espíritu? Y si existen, ¿van estos a alguna parte, cuando nuestro cuerpo físico muere/deja de funcionar? En resumen, ¿somos trascendentes?
No me hace falta ir a la neurología y bioquímica para encontrar la respuesta, tan solo reunir unos pocos números: que seas uno entre siete mil millones de individuos similares, y genéticamente no muy distintos del resto de organismos vivos que adornan la superficie de esa mota de polvo azul suspendida en un rayo de luz, no invita a priori a pensar en nuestra supuesta importancia.
Personalmente, no creo en nuestra ‘trascendencia’ como individuos, no al menos en el sentido místico-clásico. Es mi humilde creencia, que tan solo va encima del hecho de que nuestra ‘identidad’ sobreviva en otra ‘dimensión’ va en contra de todo lo que conocemos sobre psicología, neurología, bioquímica, genética, antropología… y podría seguir contando. A mucha gente le entran vértigos y nauseas con solo contemplar seriamente esta posibilidad, incluso no faltarán los que pensarían en el suicidio, de pensar que «la vida no tiene sentido». Yo, ya lo he dicho, creo que esta vida es la que es y es la que hay, no hay nada más ‘vida’ fuera de ella.
Es que eso es lo que yo creo, y creo que es importante por la razón que expongo a continuación. Se trata de tu responsabilidad de hacer las cosas bien a la primera, y no delegar tus esperanzas en un supuesto premio, o una segunda oportunidad, o una dichosa existencia en un ‘más allá’ donde existen paz y justicia eternas. La idea de un ‘cielo’ o de la ‘reencarnación’, a mi entender, se convierte a menudo en mala excusa, un alivio mierder para disculpar las cosas que no hemos tenido el valor de hacer en la vida que nos ha tocado vivir.
Y aquí viene la lección más importante (ojo, entramos en terreno anarroso-oprah-winfreysco): en tus manos está hacer de tu vida el mejor lugar posible para ti y los que te rodean. En tus manos está disfrutarla, en tus manos está vivirla. Porque cuando se acabe, se ha acabado.
Acabamos en la última parte, que ya se encuentra publicada.
(…)
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