(Viene de Los frenéticos primeros días)
Las siguientes semanas
Hablemos un poco del instituto (IES Albenzaide) y del pueblo.
Luque, de apenas 3000 habitantes (poco más grande que mi pueblo), se encuadra en la comarca sur («La Subbética», por el nombre de la sierra) de la provincia de Córdoba. Pueblo muy olivarero (también como el mío), justo a las faldas de la susodicha sierra, en el centro geográfico de Andalucía. Aunque tal y como he contado en la primera parte parece todo me resultaba sobrecogedor esas primeras semanas, he de decir que una vez superado el impacto inicial, Luque, y su instituto, resultan ser tanto objetiva como subjetivamente lugares encantadores. Una fortuna haber recalado en este lugar, para ser mi primer destino.
Respecto al IES Albenzaide, tenemos tan solo 126 alumnos y 17 profesores en el claustro. Típico tamaño para un instituto de secundaria de pueblo. Los niveles que tenemos van de 1º a 4º de ESO, con edades de alumnado que van de 11 a 16+ años (no hay Bachillerato, para eso van a Baena). Alumnos entrañables y compañeros encantadores; un lugar recogido, tranquilo, controlado, sin grandes incidentes ni conflictos.
No escribo esto para hacer la pelota ni porque lo vaya a leer nadie: lo pienso de verdad. Tal vez si esto fuese un instituto en una ciudad grande, o en la costa (donde los niños suelen ser más ‘resabiados’), o si tal vez hubiese 500 o 1000 alumnos, otro gallo cantaría. En este lugar, varios profesores confiesan que aspiran a jubilarse. El único pero es que la población va cuesta abajo, como en tantas zonas rurales, y en pocos años probablemente no habrá alumnos para hacer suficientes grupos (ahora solo hay dos lineas en 2º y 4º de ESO, en 1º y 3º solo tenemos un grupo por curso). Todos mis temores que confesaba en la primera entrada eran sencillamente los propios de llegar a un lugar, en el espacio y en el tiempo, donde todo era nuevo. La normativa, el papeleo, las responsabilidades…
Pero ojo, no les quito hierro: no es baladí entender que eres responsable de 20, 30 alumnos, y de todo lo que pase mientras están contigo. Además en un aula especialmente ‘peligrosa’ como es la de Tecnología, en la que hay herramientas, elementos cortantes, aparatos eléctricos… y sobre todo, que por la dinámica de las clases, se presta más a que los alumnos se levanten, se muevan, y a poco que no pueda mantener mi atención sobre todos, quieran jugar, como es natural en niños de su edad.
Respecto a la burocracia, ahí esta: es un poco un coñazo, pero se hace, y punto, como en cualquier otro trabajo. Por ser jefe de departamento (soy el único profesor de Tecnología, ¡claro que soy el jefe de departamento!) y tutor (de un 2º), hay aún más responsabilidades añadidas (también algunas otras compensaciones); y lo que me superó un poco más, todo el tema de adaptaciones curriculares, cursos, coordinaciones, que no es muy relevante ahora explicar ni demasiado interesante para quien esto lea.
Y respecto a dar clase en si… me extenderé más, pero me gustaría ahora subrayar aquí lo que supone estar «ahí», on stage.
Dando lo mejor, siendo el líder, el responsable, la voz cantante. Te puede gustar la docencia, te puede gustar explicar, enseñar, transmitir pasión por el conocimiento… pero ser un profesor no es solo eso; además de evaluar y estar permanentemente atento y alerta, es lidiar con muchas personas, es inspirar, es resolver problemas, gestionar, y la parte más difícil, comprender que la mayoría de las veces, NO te quieren escuchar, ni hacerte caso, ni siquiera obedecerte. Sabéis lo insolentes que son los niños cuando entran en la adolescencia y pasan de reírse de tus pequeños chistes (que haces para reclamar su atención), a querer reírse directamente de ti. Es algo que puede impactar y con lo que por fortuna no me ha costado trabajo lidiar (aún tengo una edad en la que puedo usar la carta de ser el profe joven-enrollado-guay, aunque a menudo deba ponerme firme), pero insisto: no es fácil.
En ESADA, donde estaba el año pasado, era más que fácil dar clases: aquellos alumnos, además de mayores de edad, habían elegido eso; compartíamos todos una pasión (la del diseño), y la relación muy a menudo era de amistad, casi de iguales. Pero no puedo tomar eso como un ejemplo de docencia. Aquello fue algo que disfruté y con lo que aprendí mucho, y francamente echo de menos, pero que económicamente era insostenible. Aquí y ahora, si bien lo que hago está ciertamente mejor remunerado, la educación secundaria es la realidad, el frente de batalla, la primera linea. Con alumnos de todos los orígenes, condiciones, estratos sociales e inquitudes intelectuales (incluyendo aparentemente ninguna, aparte de sofá y móvil). Con más o menos capacidades, y sobre todo, con más o menos interés en todo esto de estudiar, aplicarse, aprender…
Y uno sale ahí: al tablado, a actuar. Ya estemos resfriados, o tengamos la cabeza como un bombo y hartos de pedir silencio y orden, ya traigamos problemas personales de nuestra vida privada; ya llueva, truene o se desaten los infiernos: hay que seguir dando clase, y hay que hacerlo dando la mejor versión de nosotros mismos. Por que ser docente es también ser actor, ser vendedor, ser líder, ser ejemplar, en resumen: ser profesional.
Siguiente entrada: de mudanzas, coches nuevos, filtraciones…(por publicar)
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