Vale, ya está. Y ahora, ¿qué? (Parte 4 y última: ¿Qué hay de mí, de nosotros?)

(viene de aquí)

Bueno, y después de daros tanto la vara… de mí, ¿qué hay?

Pues nada, aquí he hecho un repaso de veinte mil cosas (qué como siempre me ha salido mucho más largo de lo que pretendía), pero aunque cayendo en unos cuantos lugares comunes, me he desahogao, y al fin y al cabo ese es el objeto último de todo esto. Pero también quiero hablar un poco de cómo me lo estoy montando y cómo me lo quiero montar.

Aparte de escribir aquí pero no publicar, ¿que más estoy haciendo? Tal vez sea relevante decir que este ha sido el primer verano en 12 AÑOS que no tenía que estudiar nada para septiembre. Tranquilidad (que ya me la tomaba), en este caso ha sido absoluta. ¿Me he tocado mucho los cojones en todo este tiempo? Un poquillo… (aunque el saldo final es dos carreras en 10 años) pero de eso ya he hablado largo y tendido a lo largo de los años que llevo escribiendo en este blog (siete y medio ya…).

Pero curiosamente no me los he tocado este verano. Justo cuando no tenía ‘nada’ que hacer: se ha tornado uno de los veranos personalmente más provechosos en mucho tiempo. Libre del pepito grillo que me recordaba constantemente que ‘debería estar haciendo otra cosa’ mientras me hallaba delante del ordenador, lo he aprovechado de forma especialmente eficiente para aprender y/o actualizarme con cierto software que tenía pendiente (CATIA, 3ds Max, Photomodeler, Meshlab, SketchUp…), así como para atacar, redondear o finalizar algunos proyectos. En resumen, para formarme tanto en cosas que me gustan como en otras que creo que me van a hacer falta.

Además le he ido dando forma a el portafolio: le esperaba hacer aquí un buen estreno (dedicándole su propio post, con fuegos artificiales y tal) pero no, aunque está sin pulir y lo considero más bien un preview, no es cosa de esconderlo, así que esto es lo que tengo.

¿Product placement? ¿Yo? ¿¿Desde cuando??

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Vale, ya está. Y ahora, ¿qué? (Parte 3: La piel de toro)

(viene de aquí)

Aunque sabemos que la crisis es internacional, ¿pasa algo en especial con España? ¿Con los PIGS? ¿Es por el carácter mediterráneo?¿Tiene que ver que seamos un país católico? ¿Es en última instancia, por el clima*?

*(que por supuesto tiene mucho que ver, pero ya nos meteríamos en un tratado antropológico, que si queréis os lo miro, pero que no)

Clásico ejemplo de ‘esto es trabajo para uno, dos aquí molestan’ (via Inciclopedia)

 

Aquí viene lo más gordo: antes hablaba de las la burbuja en la que vivimos de clases sociales que no nos comúnicamos, y no me refería a clases sociales en lo respecta a poder adquisitivo (el cuanto tenemos) sino a tener (o no) un mínimo de inquietud mental, a un estado de vigilancia, de lucidez (el cómo somos). No hace falta que me vaya a las clases más pobres, sino que parece que aquí hay algo geneticamente arraigado, en las clases bajas, medias y altas, en el campo y en la ciudad: tres grandes marcas que nos caracterizan:

  • El cortoplacismo y el ‘tarde, mal, y a rastras’®. La cantidad de oportunidades históricas que hemos tenido como país de colocarnos entre los grandes y hemos dejado pasar (empezando por el descubrimiento de un continente ¿cuantos más países han hecho eso? ups…), el buen vivir sin pensar en las vacas flacas que inevitablemente llegan; el conquistar sin pensar en como pertrechar luego… Este artículo, un poquillo largo pero muy revelador, lo ilustra perfectamente. 

El cortoplacismo donde más claramente aparece en las decisiones que toman los políticos: aquí nadie se sacrifica, nadie asume la culpa ni la responsabilidad, ‘nobody takes the blame’No se toman las decisiones a más de cuatro años vista. ¿Pero se puede acusar solo a los políticos de no hacer políticas con coraje, aunque eso implique su ‘no reelección’? ¿No es culpa nuestra no entender esas políticas, si se hicieran? ¿No seríamos los primeros en cabrearnos si alguien nos cortara la música en mitad de la fiesta previendo la épica resaca que tendríamos por la mañana?. Ahora, que siguiendo este razonamiento, se podría defender a Rajoy (oh!): está tomando medidas, a sabiendas de que son tremendamente impopulares, con la firme creencia de que hacen falta (yo al menos si creo que lo cree). Esta quemando su saldo político. ¿Es esto inédito?. No, no es raro que se tomen decisiones impopulares en este país. Y Zapatero al final también hizo lo mismo, tomar medidas impopulares, sabiendo que le costarían la presidencia. Aunque él ni creía en ellas: le obligaron, desde fuera, a ver cierta realidad que había estado soslayando. Incluso en el más general de los términos, creo que todos, de izquierdas o de derechas, entendemos que ciertos recortes son necesarios. No de la forma que se están haciendo, pero entendemos que la tienda que ¿habíamos? montado no se puede sostener. Pero no. Rajoy está tomando las medidas no con visión de futuro, sino porque, en sus palabras, no queda más remedio. De hecho, está tomando medidas muy a corto plazo: recortando en educación, I+D, en fomento al empleo… El mismo pecado de siempre. 

  • La envidia y las ganas de ver caer al otro. En nuestra cultura, no hay cosa que más nos guste que ver caerse de boca a alguien. Ese que intenta saltar, y no lo consigue. Pero oye: lo ha intentado, cosa que tú no has hecho. En culturas como la anglosajona el verdadero perdedor es aquel que nunca lo intenta. Y ya lo que es alegrarnos si alguien lo consigue, por ahí ya si que no pasamos… ¿Resultado? que por años y años aquí la máxima aspiración nacional ha sido la de pillar plaza de funcionario, y los pocos a los que se les puede llamar ’emprendedores’ entienden esto en su mayoría como ‘pequeño negocio de barrio’. Que no digo que todo el mundo debería de ser emprendedor (yo mismo no me veo), porque eso tampoco es así, pero es que en España apenas existe, es un clarísimo defecto que tenemos.
  • Y por supuestisimo, la picaresca. Con mayusculas: LA PICARESCA.
    No es raro encontrar en ciertos países  o culturas o lenguas, una obra literaria fundamental que define o refleja muchos de los rasgos del carácter de sus habitantes. En el caso de los daneses existe ‘La Ley de Jante’, un decálogo que refleja con bastante precisión su visión sobre la vida y las relaciones personales, que se podrían resumir básicamente en humildad, igualdad y justicia. Si, lees esas leyes y si los conoces una chispa, puedes decir ‘así son los daneses’. Y aquí viene la pregunta ¿Que libro nos define a los españoles? ¿El Quijote? ¡Error! ¡El Lazarillo de Tormes! ¿Qué se puede esperar del país de ‘pa la saca’, el país en el que si vemos cinco euros encima de la barra lo cogemos, y si nos pillan, la excusa universal es ‘ah, no sé, es que como no había nadie…’?

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Vale, ya está. Y ahora, ¿qué? (Parte 2: El Principio de Hanlon)

(viene de aquí)

Y ahora una pregunta: ¿de quién es la culpa de todo esto? ¿De los políticos? ¿De los banqueros? ¿fifty-fifty¿De todos nosotros? ¿O una oscura conspiración judeo-masónica internacional, con los Illuminati de por medio? Todo lo anterior me lleva al siguiente punto. Y es que soy de los de pensar que:

a) Las cosas no pasan por maldad, sino por incompetencia y/o negligencia; y

b) que tenemos a la clase política que nos merecemos.

Las generalizaciones son muy malas, por lo que generalizando tan de acuerdo puedo estar en que los políticos de este país dan asquete como que este país en si también lo da (y por lo tanto, quienes lo habitamos)Pero no se me echen ustedes aun al cuello, que no he acabado (ni acabaré en este post).

Porque aun tratándose de España, país de la pandereta, no solo si que hay políticos buenos, sino que nos empeñamos en simplificar y concentrar las cosas, como atacar a los diputados y altos cargos electos (¿acaso alguien se cree que 350 personas tienen la culpa de todos los males del país?), mientras hemos ignorado y dejado hacer a los que tenemos cerca: a los alcaldes, concejales y mierdasecas que hay a nivel de condado. Que ocupar el congreso, como gesto simbólico, suena muy bien, pero es que creo que ni siquiera ellos, los diputados tienen poder real de cambiar las cosas, que es algo muy distinto, y desde luego mucho, mucho más triste.

Pero a ver si creéis que de esta comparación entre políticos y ‘plebeyos’ que estoy haciendo, salimos nosotros bien parados: ¿vuelven la política y el poder gilipollas a la gente, o sencillamente los descubre? Decidme, honestamente, que diferencia moral hay entre que un político se apropie de no sé cuantos millones, y que un españolito de la calle consiga, cachito a cachito, cientos de euros de ropa ‘gratis’*. Que no es nada raro, y seguro que todos conocemos a jetas así: están por todas partes.

*(es una historia algo más larga de lo que merece, pero eso lo he visto yo de erasmus en cantidades industriales, aprovechandose la ‘ingenuidad’ y falta de vigilancia de los establecimientos daneses -de esto hay mucho que contar-, y luego he visto a esos mismos manifestarse por el 15M quejandose de la corrupción…)

Me podéis decir ‘no puedes comparar la magnitud de un delito con el otro’, pero a donde voy, es que ¿qué nos garantiza que esa persona que con facilidad birla ropa del hiper no va a hacer las mismas mierdas si fuese un político, donde no tiene vigilancia?

Pero entonces ¿por qué parece que esto pasa más entre la clase política? Pues obviando que dado que son cargos públicos, sus trapicheos también son públicos, nosotros mismos, como gente sencilla a pie de calle, somos también algo culpables, pues desde hace años tenemos un desencanto y desentendimiento por la política que no ocurre en otros países de nuestro entorno, y desconozco la verdadera razón. Desencanto que se ha ido retroalimentado, una pescadilla que se muerde la cola, que como añadido tal vez ha desanimado a muchas más ‘buenas personas’ a meterse en política, con la honesta voluntad de hacer cosas buenas por la gente. Eso es, por ejemplo, lo que haría imposible que aquí pasase lo mismo que en Islandia: que 25 ciudadanos sin trayectoria política previa redacten la nueva constitución. Al tiempo que nuestra falta de vigilancia ha permitido colarse a mucho jeta, haciendo la proporción aparente de corrupción entre políticos aun mayor que la que hay en la calle. Pero esa excusa tiene recorrido corto.

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Vale, ya está. Y ahora, ¿qué? (Parte 1)

Vale, ya está. Estoy licenciado. Soy, al fin, Ingeniero Técnico en Diseño Industrial, y bla bla bla. Y ahora ¿qué?

Ya, solo con esta primera frase de entradilla, os podéis imaginar por donde van los tiros, ¿no? No voy a decir que me faltan fuerzas, porque no es ni mucho menos el caso. Pero si que me falta el espacio, que me falta el tiempo y el momento de compartir, o corroborar, lo que pienso, lo que pensamos y sentimos todos de la situación, porque por la cabeza me bullen una cantidad de cosas que ni sé si sabré volcar aquí correctamente…

¿Os acordais de cuando a cuando a Zapater no le gustaba llamarlo a esto crisis…? (qué ideaca)

La cosa tiene pinta de durar, mínimo, diez años. Insisto, tirando por lo bajo. A la indignación que siento, sentimos (palabra que ya me empieza a parecer gastada), sumo un mucho de estupefacción con otro tanto de puro y duro cabreo. Y por ratos, revuelto con otras sensaciones como las de impotencia, apatía, y por que no, un algo de miedo mezclado con morbosa curiosidad de ver cómo sencillamente todo se puede ir a la mierda.

(…)

Me faltan las ganas de escribir, de hacer chistes, de publicar cosas que no tengan que ver con esto. Como si no existiera otro tema, todo lo demás me parece ridículo, irrelevante. Lo decía Almodovar, pero ya hasta lo noto en los blogs de humor. Hay chistes buenos, que me hacen tanta gracia como los de siempre, pero me da cosa compartirlos sin mas, sin dejar claro que no pienso que la situación sea algo para el cachondeo, sino todo lo contrario.

 

Todo empieza (bueno, lo que es empezar… entendedme…) con el 25-S. Con vídeos que me provocan, con cada escena, sensaciones y emociones muy fuertes y viscerales. Como que no entiendo cómo no se lía más la cosa. Mucho más. Y mientras, Rajoy apelando a la ‘mayoría silenciosa’ que no se queja.

 

Y tan silenciosa. No crea Rajoy que mi ‘silencio’ se debe a que estoy de acuerdo con la situación. Aquí me veo, con la famosa carrera al fin acabada y de vuelta en mi casica de mi pueblo. Con mi familia. Ayudando en el campo. Exactamente igual que cuando tenía 17 años. Solo que ya no los tengo. Y sin perspectivas inmediatas de que la cosa cambie: aquí me veo como mínimo un par de meses más. Porque además no puedo irme. Pero hasta aquí, las circunstancias familiares. Porque no estoy como para quejarme mucho: la verdad es que la comida, el techo y el internec los tengo asegurados.

(…)

¿Irme fuera? Pues claro.

Es la única cosa que agradezco a este gobierno: dejarme cristalino que aquí no hay alternativa. Si antes yo, como me imagino que tantos otros, me aferraba a la idea de quedarme, a la comodidad, por la cercanía, de intentarlo aquí, ahora veo que esa es una opción totalmente inviable.

Oye, que me voy a Dinamarca

Supongo que viene al caso reflexionar sobre esto, pues yo mismo hace unos años miraba con cierta desazón a todos los españoles con estudios, de mi generación, preparados, que se iban fuera. Pensaba, tal vez de una forma ingenua, que nuestra responsabilidad era la de quedarnos, ayudar a levantar el país, pues si no ¿qué futuro habría, si se iban los mejores? (evidentemente no me incluyo entre ‘los mejores’, que no es cosa de dar pie a que se os escape la risilla…)

Pero en lo que a mi respecta, ya he estado fuera, no me da tanto vértigo. Tengo un inglés creo que bastante aceptable. Y mucho interés en aprender alemán, ya he estado tres veces allí y me ha encantado. El caso es que lo que me jode no es irme: lo que me jode es que me echen. Y casi sin billete de vuelta.

Pero si nos vamos, en todo caso de lo que tenemos es la responsabilidad de volver. Si, la vida da mil vueltas y quién sabe lo que nos encontraremos por allí, si no encarta echar raíces. Pero si no, lo lógico es echar unos años fuera, vivir y crearnos una nueva experiencia, y entonces volver, y volver no solo como personas mejor formadas, sino también más exigentes. Más exigentes como trabajadores, como empleados, como jefes, como consumidores, y viene al caso decirlo, como votantes, como participes de un país y una democracia mejores.

(…)

Esto continua, claro, no creáis que iba a caberme todo en un solo post…

Hasta siempre, astronauta Neil

Ayer murió Neil Armstrong. El primer hombre que pisó la Luna. Con su despedida, encuentro la más palpable muestra de que se nos está yendo una generación única, y que con ella se nos escapa un sueño, un sueño grande que nunca agarramos bien fuerte, que estamos dejando escapar.

Un sueño compartido. Y un logro. Que cada vez queda más lejos (tal vez no tan compartido como el sueño), pero si un gran logro, sin lugar a dudas. Qué digo grande: gigantesco. Épico. Una de las cosas que mejor habla de nosotros como humanos, uno de los logros más grandes conseguidos en tiempo de paz (aunque no se puede olvidar que tras ese logro subyace una guerra) y tal vez de todos los tiempos, y desde luego, una de las aventuras más grandes de la humanidad: poner un hombre en la Luna.

Tanto como nos gusta compartir las medallas (fue una aventura financiada netamente por los EE.UU. aunque solemos hablar de ello como un logro ‘de la humanidad’ – algo a lo que tampoco me apetece renunciar dada la belleza de ese concepto), nos gusta también recordar un solo nombre: Neil Armstrong.

Neil, en una de las pocas fotos en las que se le caza sonriendo de oreja a oreja. En este caso, después de completar con éxito una misión. Acababa de caminar sobre la Luna.

Alguien a quien se le recuerda por su inmensa templanza y tranquilidad frente a situaciones tensas (apenas se le aceleró el pulso cuando solo le quedaban 25 segundos de combustible para no estrellarse contra la superficie lunar), así como huidizo de cámaras y autógrafos, que rechazaba su papel de estrella, y por encima de todo, humilde:  siempre insistía en recordar que él era solo uno más dentro de un gigantesco equipo.

Y sin embargo, su nombre quedará para siempre esa pléyade de nombres que se enseñan en las escuelas de primaria, junto a nombres como Colón, Magallanes o Amundsen.

Pues el hecho de que fuese Armstrong el primero se trataba de un hecho casi aleatorio. Pudo haber sido Buzz Aldrin. O ninguno de los dos, si hubiese fallado aquel Apolo 11. Coincido por lo tanto con lo que él mismo sostenía: es injusto olvidarse no solo de los otros 10 hombres que también pisaron la Luna, o a esos otros -pocos- astronautas que también abrieron ese camino (y que incluso perdieron sus vidas), sino a -tantos- ingenieros, científicos, administradores… hasta medio millón de personas que en el momento en el que el programa Apolo tenía su mayor extensión trabajaban en la NASA o en empresas subcontratadas, que consiguieron, entre todos, ese gran logro, ese pequeño paso para un hombre y gran salto para la humanidad.

Y sin embargo no lo hemos vuelto a hacer. Hace cuarenta años que no salimos de la Tierra. Y la gente que sabe como hacerlo se nos está yendo. Está desapareciendo una generación de pioneros que va a desaparecer sin ver como nadie recoge su testigo. Personas con unos conocimientos únicos, conocimientos que no se adquieren en los libros de texto o en la universidad, conocimientos que no solo costaron dinero adquirir, sino una cantidad de trabajo, esfuerzo y sobre todo talento enormes. Mucha gente se pregunta cómo fueron capaces de ir hace cuarenta años, cuando lo que yo me pregunto es si sabríamos ahora volver a hacerlo.

 

“Recuerdo que un día alguien me dijo: “¿Sabes que Neil tuvo que ejectar del vehículo de entrenamiento de alunizaje esta mañana?” Yo dije que era imposible, pero ellos dijeron que era cierto. Así que fui a preguntarle y estaba como si nada: “Dicen que saltaste en paracaídas del vehículo por la mañana” y él dijo “Sí”. Fue todo lo que dijo. ¡¡Estuvo a punto de morir, y sólo dijo eso!!”

Alan Bean

 

Pero ahí estaba Neil, él y sus nervios de acero. Astronauta. Uso esta palabra porque la considero el mejor de los cumplidos, lo mejor a lo que puede aspirar una persona. Perteneciente a la élite entre la élite, y con el valor necesario para montarse encima de un artilugio relleno de miles de toneladas de explosivos. Todo por alcanzar un sueño: llegar a donde nadie ha llegado nunca.

 

Neil, contigo se va otro, el primero que caminó sobre otro mundo, otro de esta generación de personas únicas, de héroes, de gigantes.

Hasta siempre, y gracias. En las estrellas estés.

 

“In The Shadow of the Moon” (2006)
Aunque Neil Armstrong no aparece entrevistado, sus compañeros, ancianos todos, comparten sus experiencias y recuerdos sobre aquellas misiones, sobre cómo era caminar sobre la Luna, y toda aquella época. Todo ello acompañado con bellas imágenes y música. Documental tan sobrecogedor como imprescindible.