(Viene de aquí)
Empecemos pues, plantandonos en la mañana del 15 de octubre, 7 de la mañana. Yo empiezo ya criando fama: hago esperar a toda la gente fuera 10 minutos (ya comentaremos este punto), y hasta Edu y Alberto tienen que venir a darme un toque a la puerta cuando por suerte estaba echando ya el cerrojo de mi cuarto. Vamos a patica hasta la estación, viajamos en tren hasta Aarhus mientras ajustamos dineros de las reservas de los hostales, e intercambiamos números de moviles españoles (claro, fuera de Dinamarca no nos sirve nuestro número local). Y es relevante decir en este instante -puesto que tendrá consecuencias- que guardé todos los números… y ningun nombre. Como los ibamos dictando corriendo, y el teclado en pantalla de mi LG apesta, alegría, pensé, ‘ya los guardaré bien luego’. Ja. Pero avancemos, avancemos.
De nuevo, autobús (donde Edu soltaría su primera frase del viaje: “los 24 días del año”) hasta el aeropuerto de Arhus, que esta más lejos de Aarhus del propio Aarhus que Horsens. Y por cierto, vayi mierdi de aeropuerto para ser la segunda ciudad de Dinamarca. Comprobamos por primera vez el peso de nuestras maletas, y atented… las de los tíos pasaban casi todas del límite, 10 kg, mientras las chicas habian tenido mucho más ojo que nosotros. Eso el primer día de viaje, antes de souvernirs, compras, y mudas humedas y sucias. Despues de poner tanto peso como pudimos dentro de los chaquetones (porque por supuesto, en ese instante yo mismo llevaba hasta cinco mangas), pasamos el control, ¡y a volar!
El vuelo es ridículamente corto: despegamos del norte de Jutlandia y aterrizamos a 60 kilómetros al sur de Oslo, lo que es una trayectoria que recta ni llega a 350 km, o traducido, menos de 20 minutos de vuelo nivelado. Aterrizamos (que guay, no hay que esperar maleta!), sacamos dinero, ¿y ahora qué? (aparte de hacer la foto). Pues eso, sacar billete para Oslo, y primera en la frente: Ida y vuelta, 40 € (lo mismo tren que autobús). Todo hay que decirlo, ibamos avisados; pero uno nunca pierde la esperanza de que la información sea erronea.
Bien, ahora es el momento de hacer una pausa y comentar el plan. Como ya sabeis, en Oslo ibamos a estar dos veces, un día ahora, y otro a la vuelta. Los albergues de Londres y Berlín los habíamos conseguido baratos, si mal no recuerdo 15-20 € la noche. Pero lo único que habíamos visto en Oslo era por 35€, así que decidimos lo siguiente: salir la primera noche en Oslo a saco, pillar lo primero que hubiera de vuelta al aeropuerto y dormir allí. A la vuelta sin embargo preveiamos que ibamos a estar reventados, así que si tuvimos la prudencía de pillar albergue. Pero dejemos eso apartado ahí. En el momento la pregunta era ¿que hacer esa noche? Habíamos pillado alcohol en el duty free, pero ¿donde beberlo?
Continuemos, hablemos ya de Oslo. Como también he comentado, yo el viaje no me lo había preparado casi nada. Por suerte algunos ya habían estado y tenían objetivos claros, así que tuvimos una suerte de guías. Lo poco (y mal) que tenía yo escuchado era que al contrario que Estocolom, Oslo no era gran cosa, una ciudad más bien industrial y sin mucha chicha, al estilo de Bilbao o Málaga. Pues no, me ha sorprendido y muy gratamente, es el momento de decirlo. No es la repanocha, pero supongo que es lo que pasa cuando vas con las expectativas bajas. Recién salidos de la estación de tren, tras dejar las maletas en consigna (y encontrarnos al doble de Agu, jejej), tiramos directos hacia la joya de la corona: La Ópera de Oslo.
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